Sembrando el holocausto
Advertencia: Las imágenes que va a ver a continuación deberían herir su sensibilidad.
¿Piensa usted que el Estado invasor de Israel –Estado satélite yanqui que fue instaurado con el objetivo último de defender los bastardos intereses del Imperio en el Oriente Próximo, Medio para Bush y sus cuarenta ladrones- llegará a recapacitar y a detener el genocidio en Palestina y Líbano?
Siento desilusionarlo, pero eso, hoy por hoy y hasta que no cambien mucho las cosas en su raíz, es imposible.
Porque hoy, que tanto escuchamos hablar de la educación para la Paz como uno de los instrumentos esenciales para el fomento de la tolerancia y la convivencia, a los niños de Israel los educan para el odio, la guerra y el holocausto. Y ellos, como niños que son, lo toman como un juego con una sonrisa en los labios.
El juguete favorito de los niños de Israel no es un balón, una muñeca o, si me apuran, una pistola de plástico con la que se imaginan James Bond o Billy the Kid. A los niños de Israel, quiero pensar que sólo a algunos de ellos, sus padres los enseñan a jugar con armas de verdad, con misiles cargados de muerte. Y en lugar de dibujar, en un papel, un árbol, un tren humeante de antaño, un jardín de rosas o un trigal entreverado de amapolas, pintan directamente sobre las cabezas de esos misiles sus mensajes “de paz y solidaridad” dirigidos a los niños palestinos o del Líbano, que ya sólo "juegan" con sus manos llenas de sangre y el miedo en los ojos.
"Con amor, para los niños árabes", puede ser alguna de las dedicatorias que unas manos, aún inocentes, inscriben sobre la piel metálica y fría de la muerte. Y cuando los niños del otro lado, del lado de los desposeídos, de los permanentemente ultrajados, reciben el regalo, estallan, pero no de risas y gozos como sucede a nuestros hijos en la Epifanía, sino literalmente, y se convierten, de súbito, en un juguete roto más.
En Israel, el Estado permite y alienta que los padres, quiero seguir pensando que sólo algunos padres, una minoría, siembren en su sus hijos, como si de un juego inocente se tratase, la semilla del odio. Y la semilla del odio, una vez que arraiga, echa profundas raíces y no necesita riego. El Estado de Israel, en este nauseabundo sentido, no sólo atenta contra los niños libaneses y palestinos, sino que también atenta alevosamente contra sus propios niños instruyéndolos en el asesinato y el crimen.
¿Terrorismo? Sin duda, pues el horror que pueden producir estas escenas, a poco que aún se posea un mínimo de sensibilidad, no conoce límites. Israel siembra en sus niños el Holocausto, en una perversa y pervertida interpretación de la Ley del Talión que busca arrancar los ojos, los dientes y hasta la última víscera a los inocentes, a los que no llegaron a tirar la primera piedra.
Después llegamos a extrañarnos de que la mayoría de las victimas masacradas en este conflicto enquistado en el alma de la Humanidad, sean niños. Pues no nos extrañemos, que esto forma parte de una estrategia “militar” urdida en las singulares “actividades extraescolares” que el Estado canalla de Israel ofrece a sus niños. Y sin cobrarles tarifa monetaria, pues la tarifa la habrán de pagar más adelante entregando sus buenos sentimientos a los ladrones de vida instalados en el lado oscuro. Y viendo crecer desde su pecho una ingente e imparable cosecha de odio.
¿Piensa usted que el Estado invasor de Israel –Estado satélite yanqui que fue instaurado con el objetivo último de defender los bastardos intereses del Imperio en el Oriente Próximo, Medio para Bush y sus cuarenta ladrones- llegará a recapacitar y a detener el genocidio en Palestina y Líbano?
Siento desilusionarlo, pero eso, hoy por hoy y hasta que no cambien mucho las cosas en su raíz, es imposible.
Porque hoy, que tanto escuchamos hablar de la educación para la Paz como uno de los instrumentos esenciales para el fomento de la tolerancia y la convivencia, a los niños de Israel los educan para el odio, la guerra y el holocausto. Y ellos, como niños que son, lo toman como un juego con una sonrisa en los labios.
El juguete favorito de los niños de Israel no es un balón, una muñeca o, si me apuran, una pistola de plástico con la que se imaginan James Bond o Billy the Kid. A los niños de Israel, quiero pensar que sólo a algunos de ellos, sus padres los enseñan a jugar con armas de verdad, con misiles cargados de muerte. Y en lugar de dibujar, en un papel, un árbol, un tren humeante de antaño, un jardín de rosas o un trigal entreverado de amapolas, pintan directamente sobre las cabezas de esos misiles sus mensajes “de paz y solidaridad” dirigidos a los niños palestinos o del Líbano, que ya sólo "juegan" con sus manos llenas de sangre y el miedo en los ojos.
"Con amor, para los niños árabes", puede ser alguna de las dedicatorias que unas manos, aún inocentes, inscriben sobre la piel metálica y fría de la muerte. Y cuando los niños del otro lado, del lado de los desposeídos, de los permanentemente ultrajados, reciben el regalo, estallan, pero no de risas y gozos como sucede a nuestros hijos en la Epifanía, sino literalmente, y se convierten, de súbito, en un juguete roto más.
En Israel, el Estado permite y alienta que los padres, quiero seguir pensando que sólo algunos padres, una minoría, siembren en su sus hijos, como si de un juego inocente se tratase, la semilla del odio. Y la semilla del odio, una vez que arraiga, echa profundas raíces y no necesita riego. El Estado de Israel, en este nauseabundo sentido, no sólo atenta contra los niños libaneses y palestinos, sino que también atenta alevosamente contra sus propios niños instruyéndolos en el asesinato y el crimen.
¿Terrorismo? Sin duda, pues el horror que pueden producir estas escenas, a poco que aún se posea un mínimo de sensibilidad, no conoce límites. Israel siembra en sus niños el Holocausto, en una perversa y pervertida interpretación de la Ley del Talión que busca arrancar los ojos, los dientes y hasta la última víscera a los inocentes, a los que no llegaron a tirar la primera piedra.
Después llegamos a extrañarnos de que la mayoría de las victimas masacradas en este conflicto enquistado en el alma de la Humanidad, sean niños. Pues no nos extrañemos, que esto forma parte de una estrategia “militar” urdida en las singulares “actividades extraescolares” que el Estado canalla de Israel ofrece a sus niños. Y sin cobrarles tarifa monetaria, pues la tarifa la habrán de pagar más adelante entregando sus buenos sentimientos a los ladrones de vida instalados en el lado oscuro. Y viendo crecer desde su pecho una ingente e imparable cosecha de odio.
Y mientras tanto entre la infancia del Líbano y Palestina:
Unos estarán derramando sus sesos en los escombros, otros luchando en la frialdad de cualquier UCI de hospital rodeados de cables, sedados e inmóviles, y los más afortunados, de momento, intentarán coger el sueño por las noches cargados de temores y aplastando sus oídos contra el pecho de su madre, sí aún la conserva, y a sabiendas que sus pesadillas nocturnas verán pronto cumplidos sus sueños. Sus juegos serán como los de todos los niños: de roles y simbólico, dónde se convertirán unas en madres que mueren, otros médicos que salvan a los malheridos, otros padres que van a la ofensiva, muchos tendrán papeles más importantes y representarán el fin de la guerra… Y así crecerán y llegarán a mayores, con la personalidad tan marcada, convertidos en fieras corruptas y entonces los llamaremos como a sus familias, terroristas.
Y mientras tanto la ONU lamenta pero no condena. Pues les recuerdo que entre todos sus países integrantes, también Estados Unidos e Israel, hay un acuerdo en el cual además del respeto a la población civil, se prohíben taxativamente los ataques a objetivos no militares.
¡ESTO ES EL COLMO!
Rafa, eres genial.