Rosas negras
Ya no vivo por sentir el aroma de las flores que ennegrecen su color en la distancia. Ni espero que el cielo azul se anegue con la emoción que desprenden los matices, dulciamargos, de este fruto, que se me pudre en el pecho, sin probarlo. Ya sólo anhelo volverme, en las espinas, veneno. Y, sorbo a sorbo, beberme, hasta consumar el acto, eminente y nauseabundo, de la asfixia.