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Revisando mi historia personal: Los años sesenta y setenta del colegio de las Hermanas Calasancias (Por Macarena Carvajal).

Revisando mi historia personal: Los años sesenta y setenta del colegio de las Hermanas Calasancias.

Por: Macarena Carvajal Llorens

El colegio Calasancias en los años sesenta tenía su edificio en la avenida Manuel Siurot, esquina con calle Porvenir, frente a lo que hoy es el Colegio de Médicos.

Era un palacio precioso con un jardín enorme y muy cuidado, con árboles viejos y copudos. En él había aparatos de juegos para niños como barcas tipo columpios; lugares que servían como casitas para jugar; y una fuente preciosa que las alumnas bautizaron como la fuente de la calabaza. Era de azulejos antiguos y con adornos como las calabazas de la carroza de Cenicienta. En ella se inspiraban muchas alumnas para dar rienda suelta a sus cuentos de princesas. Había también una fuente poligonal de azulejos azules y verdes donde se jugaba al coger dando vueltas.

A la hora de entrada las monjas hacían formar por cursos en fila y por orden de altura. Las niñas mayores vigilaban las filas para que no se hablara ni se moviera nadie, sino que se estuviera firme. La monja prefecta, la madre Josefina, se situaba en una balconada donde confluían dos escaleras que llevaban a las galerías de las clases, pintada de amarillo albero y con molduras modernistas. Desde su palco vigilaba las filas. Era durísima, se le tenía pánico. A la hora en punto daba una palmada para que se alinearan las alumnas, entonces cada niña le ponía el brazo en el hombro a la de delante. Luego daba dos palmadas y la fila de las más pequeñas echaba a andar, subiendo las escaleras hasta llegar a la monja. Esta revisaba una por una las uñas, el pelo, la ropa y los zapatos de cada una. Las alumnas llevaban por entonces un uniforme gris de cuadritos, cuerpo y falda, medias o calcetines marrones y zapatos marrones, y un gorro redondo con elástico sujeto al cuello. Si todo estaba conforme la alumna entraba en la clase, pero si llevaba las uñas sucias se la mandaba al servicio a limpiarlas y la amenazaba con llamar a la madre. Si iba comiendo chicle la monja se lo pegaba en el pelo y si su falda era excesivamente corta, la monja le rompía el dobladillo. A la hora de la salida las alumnas también bajaban en fila y se formaba en el patio. La monja Josefina se ponía otra vez en el balcón y si las alumnas estaban hablando las castigaba allí de pie un rato. Cuando por fin daba las tres palmadas reglamentarias para salir, las alumnas tenían que gritar ¡Jesús reine en nuestros corazones! y las monjas contestaban ¡ y nos abrace en su santo amor!
El colegio por dentro tenía una zona noble y con encanto, con una escalera de mármol blanco y un patio interior también de mármol; alrededor de ese patio, que tenía su propia entrada por la avenida, para los padres y profesores, estaba la administración, el despacho de la directora y jefa de estudios, la secretaría y la capilla.

La biblioteca estaba en un edificio fuera del colegio. Había centenares de libros de cuentos de los tiempos de maricastaña.

Las clases se situaban alrededor de un patio pequeño y gris, con poca luz, a donde también daban los cuartos de las monjas y la cocina. Había dos plantas: la primera para las alumnas pequeñas y arriba las de bachillerato. Las clases tenían pupitres inclinados de madera, que luego cambiaron por mesas normales. Cada clase contaba con 20 o 25 niñas. Los cambios de clase y la hora de inicio y fin del recreo se hacían a golpe de campana, que tocaban las alumnas mayores por turnos.

La capilla era un espacio mágico para las más niñas. Estaba decorada con maderas nobles y bancos historiados con molduras. Las puertas tenían unas molduras cuyas formas recordaban a los pimientos. Dentro había un vía crucis con imágenes muy tristes. La presidían la imagen de la Divina Pastora, sentada con el niño en el centro; y la de San José de Calasanz vestido de negro con un libro y un confesionario. Ambos eran los patronos.

El espacio más misterioso era el de los cuartos de las monjas. Allí no se podía entrar, sólo a veces se permitía ir a saludar a una monja viejísima que llevaba medias de lana y zapatillas, la madre Fernanda, que era muy cariñosa. Entrar en la zona común de las monjas era ya un privilegio, allí estaba la monja vieja y otras también muy mayores que hacían punto y bordados.

Cada mes se entregaban los “puestos” de las niñas dentro de la clase, dependiendo del rendimiento académico y comportamiento; las que tenían los últimos puestos estaban al final del aula, donde menos se veía y escuchaba.

Las monjas, a diferencia de ahora, ponían especial interés en que todas las alumnas escribieran y hablaran muy bien, por encima de acumular mucha información. Las alumnas se hartaban de escribir frases intrincadas como una jungla, tales como: “Vaya con Valle que bulla lleva” o “Ahí hay un hombre que dice ¡ay!”.

En el calendario anual estaba la monotonía diaria de cantar “Cara al sol”, ir a misa y rezar el rosario; La de cada semana, el vía crucis los viernes. Y el gran acontecimiento del año: El mes de mayo o de la Virgen María.

En el mes de mayo las alumnas tenían que llevar un velo blanco de novia - que se ponía con una cinta - y un misal, con los que bajaban diariamente a dar una vuelta al patio cantando: “Ave, Ave, Ave María”. La apoteosis llegaba con la Novena de la Divina Pastora. Ésta empezaba a las ocho y venían las madres. En el patio más noble, el de mármol, se ponía el altar de la virgen. Las niñas mejores decían versos aprendidos de memoria, tales como "Pastora Divina mi dulce embeleso deja que en tu cara deposite un beso" y luego “Pastorcita ¿por qué lloras? por qué estás triste al mirarme? ¿es porque no he sido buena alguna vez, dulce madre?". Las alumnas recitaban los versos vestidas de pastoras, con ramos de flores que les compraban las madres.

Una norma en el recreo era que obligatoriamente había que jugar a correr, las alumnas no se podían sentar a contarse cuentos, sino que había que jugar al coger, al esconder, al matar, o a lo que fuera; Una monja pasaba con una vara de árbol y si estaban sentadas les pegaba en las piernas y las hacia correr.

En las clases de gimnasia se llevaban pololos azules debajo de la falda azul añil y camiseta blanca, como mandaban los cánones de la Sección Femenina, y era frecuente que la chavalería masculina se pusiera a mirar por las rejas del colegio. Era una época de tanta represión sexual que hasta los pololos daban morbo. Las alumnas veían pasar las estaciones haciendo ejercicios gimnásticos, tumbadas en el suelo del patio; en otoño pasaban volando bandadas de pájaros que se iban al calor de África, siempre en formación perfecta; y en primavera volvían otra vez en la misma formación

El maltrato escolar siempre ha existido. Algunas alumnas menores se veían ocasionalmente acosadas por malévolos corros de niñas mayores que, jugando, les cantaban ¡hasta que llores, hasta que llores, no te vas hasta que llores¡

En la clase diaria de Religión se leían muchas vidas de santos y eso creaba un sentimiento de culpa enorme en muchas alumnas por no ser tan buenas como esos seres fantásticos; Para amortiguar esa sensación las alumnas querían ir a curar negritos a donde fuera; y cuando les daban la hucha del Domund se partían la cara por llenarla, porque era muy injusto que murieran de hambre en África y ellas comieran mortadela.

En el año 1971 el colegio pasó a su actual dependencia en la calle Cardenal Ilundáin enfrente del diario ABC. Y, de pronto, se hizo otro. Este es un colegio de arquitectura moderna, con amplios y luminosos patios. Las aulas tienen megáfonos. Hay gimnasio y pista de baloncesto un lugar de patio.

Llegaron los años de la predemocracia y las monjas dejaron entrar en sus cuartos y charlar con ellas. Las ropas de las monjas cambiaron. Se abandonaron aquellas tocas almidonadas con alas que les daban un aspecto fantasmal y las faldas largas, largas, con mucho vuelo. Las monjas modernas llevaban una toca por la que se les veía el nacimiento del pelo ¡ Por fin podía saberse si eran rubias o morenas¡, y las faldas se acortaron a media pierna y sin vuelo. Esto también hizo que las alumnas se sintieran más cercanas a sus educadoras. Llegó entonces una nueva cantera de educadoras; algunas licenciadas, y otras comprometidas en las luchas por los derechos humanos. También entraron profesores varones.

Se comenzaron a convocar elecciones para alumnas delegadas de curso, que entraban en los claustros donde se ponían las notas y criticaban el sistema de enseñanza convencional. Las monjas hablaban de valores democráticos, revoluciones sociales y de la Cuba de Fidel Castro. Se acabaron las Novenas y los velos blancos, tampoco era obligatoria la misa ni el rosario. Las monjas llevaban ahora a las alumnas a visitar a los enfermos de la residencia Regina Mundi, también organizaban clases durante los domingos para los niños pobres de Torreblanca, y visitas a enfermos del hospital oncológico.

Los novios y amigos de las alumnas podían acudir a fiestas y vigilias. Monjas y curas escolapios empezaron a organizar conjuntamente cine forum, obras de teatro y excursiones. Se hacían también muchas fiestas y se incorporaron clases de guitarra y de baile flamenco. Las nuevas Calasancias organizaban anualmente un festival en el Teatro Lope de Vega. Alumnas de todos los cursos preparaban meses y meses los distintos números que se representaban: música, bailes, teatro, humor o desfiles de modelos.

archivado en:
angeles
angeles dice:
17/01/2007 20:47

Igualito, igualito que el colegio de las Esclavas, aqui en Huelva, donde yo estudié a finales de los sesenta, tambien tuvimos una madre prefecta que era de Madrid y vaya especimen, era una resentida, a diferencia de otras monjas que eran más buenas, etc, etc. que recuerdos.....

Montse
Montse dice:
15/04/2012 22:55

Me ha sorprendido encontrar este texto, ahora cinco años después de su publicación. Me ha gustado recordar, hoy mismo, por casualidad, he aparcado el coche delante de la fachada principal del Colegio de Las RR Calasancias. ¡Cuánto tiempo! ¡Cuántos recuerdos!
Es grato saber que sigues por ahí, muy grato.

Macarena
Macarena dice:
03/09/2013 11:59

Muchas gracias por este comentario, no se si te llegara ahora mi mensaje, eres Montse Martínez Mitjanas? Mi amiga de "quedamos en los muebles"? Me alegraría saber de ti.