Omertí
Lo acabo de leer en un diario de tirada nacional: la Junta Directiva de la Confederación Española de Organizaciones Empresariales (CEOE) aprobó ayer mismo, de manera unánime, la modificación de sus estatutos. Y esa modificación supone, entre otras cosas, la inclusión de un Código de Buenas Prácticas. Y me sube la bilirrubina, ah, ah, me sube la bilirrubina sólo de pensar que pudiera ser que al fin la patronal se haya decidido a tomar cartas en el asunto para tratar de meter en vereda a sus socios contaminadores, a los que no pongan todo el celo posible en evitar la siniestrabilidad laboral o a los que no se decidan a repartir de manera equitativa sus beneficios entre los sufridos trabajadores, entre otros asuntos. Porque, todo lo citado, no me negarán que podría llegar a constituir prácticas inmejorablemente buenas.
¡Leches!, tras tanto tiempo viendo telediarios, el mejor de los mejores programas de terror que uno pudiera imaginar, sigo siendo un iluso. Porque la buena práctica, señoras y señores, mes amis chéris, va a consistir en dar rango estatutario a algo que, en la mayoría de los ámbitos corporativos y de manera consuetudinaria, se viene practicando en esta España nuestra -es un decir- desde tiempos inmemoriales: un código de silencio que supondrá la imposición de escarnio y castigo para aquellos socios díscolos que cometan la osadía de criticar públicamente a la dirección de los confederados.
Bueno, supongo que los altos directivos de la CEOE estarán en su derecho, término que no tiene por que ser sinónimo de justicia, de poner en negro sobre blanco semejante disposición, y tampoco es que tenga mayor importancia dada esa práctica consuetudinaria y tácita, y de camino profundamente antidemocrática, a la que antes he aludido. Pero, desde luego, de lo que no me cabe la menor duda es de que denominar, al amordazamiento, a la imposición de sanciones a la libertad de expresión, y a la plasmación estatutaria de la omertí buena práctica no deja de ser una tremenda patada al diccionario, un ejercicio superlativo de cinismo y una esperpéntica burla contra todos los ciudadanos y hasta contra los propios asociados de la "Familia" patronal confederada. ¡Ay que país!, que no se decide por llamar de una puñetera vez a las cosas por su nombre: al pan, pan, y a la censura, censura. Por lo menos para evitar confusiones y poder saber de qué va la cosa.
¡Leches!, tras tanto tiempo viendo telediarios, el mejor de los mejores programas de terror que uno pudiera imaginar, sigo siendo un iluso. Porque la buena práctica, señoras y señores, mes amis chéris, va a consistir en dar rango estatutario a algo que, en la mayoría de los ámbitos corporativos y de manera consuetudinaria, se viene practicando en esta España nuestra -es un decir- desde tiempos inmemoriales: un código de silencio que supondrá la imposición de escarnio y castigo para aquellos socios díscolos que cometan la osadía de criticar públicamente a la dirección de los confederados.
Bueno, supongo que los altos directivos de la CEOE estarán en su derecho, término que no tiene por que ser sinónimo de justicia, de poner en negro sobre blanco semejante disposición, y tampoco es que tenga mayor importancia dada esa práctica consuetudinaria y tácita, y de camino profundamente antidemocrática, a la que antes he aludido. Pero, desde luego, de lo que no me cabe la menor duda es de que denominar, al amordazamiento, a la imposición de sanciones a la libertad de expresión, y a la plasmación estatutaria de la omertí buena práctica no deja de ser una tremenda patada al diccionario, un ejercicio superlativo de cinismo y una esperpéntica burla contra todos los ciudadanos y hasta contra los propios asociados de la "Familia" patronal confederada. ¡Ay que país!, que no se decide por llamar de una puñetera vez a las cosas por su nombre: al pan, pan, y a la censura, censura. Por lo menos para evitar confusiones y poder saber de qué va la cosa.