Mi madre no se llama Rocío Jurado
Mi madre no se llama Rocío Jurado. Así que, hace ya no sabemos bien cuanto tiempo, fue a pedir cita en la sanidad pública andaluza para unas molestias que tenía en la zona intestinal. Y se la dieron, y tras un largo tiempo perdido, ahora hará tres meses que la reconocieron, tema de ovarios, y le dijeron que había que operar. Pero a mi madre, como no se llama Rocío Jurado, ahora, después de estos tres meses le han encontrado unas “manchitas” –que eufemismo tan científicamente burlesco para definir la desgana y la ignorancia-, y claro, en palabras del médico, entre pruebas, las vacaciones –periodo que aprovechan la muerte y el cáncer para avanzar mientras las disfruta, como cualquier trabajador que no esté en exceso explotado, el funcionariado sanitario- y otras bagatelas “sin importancia”, “no habrá” posibilidad de que la intervengan antes como mínimo de nueve meses, los cuales, conociendo como están las cosas de la sanidad pública, podrían finalmente contar cada uno de ellos con 60 ó 90 ó váyase usted a saber con qué número de días.
Mi madre, que, como ya dije, no se llama Rocío Jurado, un poco ya hasta los ovarios del dolor de los mismos, acabó diciendo al “médico” algo así como si aquí para que te atiendan como es debido y tener la oportunidad de no morirte prematuramente era necesario tener dinero, y el galeno, como mi madre no se llama Rocío Jurado, se puso hecho un energúmeno, con esa suficiencia de quién se cree por encima del bien y de mal y con la potestad de un dios que puede decidir sobre quién es merecedor de la vida y de la muerte. ¡Mal rayo le parta las entrañas!
A mi madre se le murió su marido, mi padre, hace apenas unos días, el hombre estaba ya mal y, entre que el médico de cabecera no era muy dado a mandar al especialista los dolores ajenos y que tampoco se llamaba Ortega Cano, pues se fue en un rato.
A mi madre, como podrán comprender, se la trae el fresco el Estatuto y sus más que prostituidos padres, madres y demás allegados que no saben otra cosa que parir papeles mojados sin tener un ápice de convencimiento en su engañosa criatura y sin sentir por ello el mínimo remordimiento ni vergí¼enza. Mientras puedan seguir chupando del bote. Otra cosa les daría yo a chupar. Mi madre, que no se llama Rocío Jurado, cuando le hablan del Estado del Bienestar se ríe; será por no llorar. Mi madre no es ninguna diva, sólo es un ser humano al que la maquinaria deshumanizada de los politicastros que sólo sirven para engordar la barriga propia y la de los que realmente tienen la sartén por el mango, trata peor que si fuera un desperdicio, ignorándola.
El problema de mi madre, y de sus hijos, como no se llama Rocío Jurado, no aparecerá en primera plana, puede que ni siquiera amputado por exceder el espacio estipulado en una mísera carta al director de algún diario local en los que nadie lee las cartas al director, salvo él que las ha escrito.
Mi madre no se llama Roció Jurado ni yo soy The Bombardier. Mi madre no irá a Miami para que la vea rápidamente alguien que sepa un poco de “manchitas”, pero yo un día de estos convierto en una pira esa falla inútil, como todas las fallas, que es la Consejería de Salud, con Consejera, Directores Generales y algún inocente dentro –ya se sabe que en la guerra a veces son precisas víctimas inocentes-. Y después tiro camino de Monsalves, que aunque mi madre no se llama Rocío Jurado ni yo soy hijo del famoseo ni de ningún lupanar infecto con el regodeo estulto de los insignes padres y madres del Estatuto, también quiero apuntar alto. Vayan previniendo a los bomberos.
Mi madre, que, como ya dije, no se llama Rocío Jurado, un poco ya hasta los ovarios del dolor de los mismos, acabó diciendo al “médico” algo así como si aquí para que te atiendan como es debido y tener la oportunidad de no morirte prematuramente era necesario tener dinero, y el galeno, como mi madre no se llama Rocío Jurado, se puso hecho un energúmeno, con esa suficiencia de quién se cree por encima del bien y de mal y con la potestad de un dios que puede decidir sobre quién es merecedor de la vida y de la muerte. ¡Mal rayo le parta las entrañas!
A mi madre se le murió su marido, mi padre, hace apenas unos días, el hombre estaba ya mal y, entre que el médico de cabecera no era muy dado a mandar al especialista los dolores ajenos y que tampoco se llamaba Ortega Cano, pues se fue en un rato.
A mi madre, como podrán comprender, se la trae el fresco el Estatuto y sus más que prostituidos padres, madres y demás allegados que no saben otra cosa que parir papeles mojados sin tener un ápice de convencimiento en su engañosa criatura y sin sentir por ello el mínimo remordimiento ni vergí¼enza. Mientras puedan seguir chupando del bote. Otra cosa les daría yo a chupar. Mi madre, que no se llama Rocío Jurado, cuando le hablan del Estado del Bienestar se ríe; será por no llorar. Mi madre no es ninguna diva, sólo es un ser humano al que la maquinaria deshumanizada de los politicastros que sólo sirven para engordar la barriga propia y la de los que realmente tienen la sartén por el mango, trata peor que si fuera un desperdicio, ignorándola.
El problema de mi madre, y de sus hijos, como no se llama Rocío Jurado, no aparecerá en primera plana, puede que ni siquiera amputado por exceder el espacio estipulado en una mísera carta al director de algún diario local en los que nadie lee las cartas al director, salvo él que las ha escrito.
Mi madre no se llama Roció Jurado ni yo soy The Bombardier. Mi madre no irá a Miami para que la vea rápidamente alguien que sepa un poco de “manchitas”, pero yo un día de estos convierto en una pira esa falla inútil, como todas las fallas, que es la Consejería de Salud, con Consejera, Directores Generales y algún inocente dentro –ya se sabe que en la guerra a veces son precisas víctimas inocentes-. Y después tiro camino de Monsalves, que aunque mi madre no se llama Rocío Jurado ni yo soy hijo del famoseo ni de ningún lupanar infecto con el regodeo estulto de los insignes padres y madres del Estatuto, también quiero apuntar alto. Vayan previniendo a los bomberos.