Mi ciudad (de cuarzo y rosas)
A todos los que aún pretenden que Huelva sea una ciudad para la vida
Mi ciudad es de asfalto
-dura esquirla de cuarzo que se clava y tapona sus arterias-,
del árbol que sucumbe indefenso ya al nacer
en el corredor de la muerte de un progreso
bastardo y putrefacto,
de un desierto de yeso blanco
que avanza imprudente en la marisma,
de arsénico y uranio
que mudos nos irrumpen en la médula,
de azufre y azogue que anuncian
un averno enfrentando a la vida su miseria,
de veneno en el aire que se oculta
tras perversos informes oficiales,
de una erosión sin mar ni lluvia
que atroz le devora su relieve,
de vírgenes, toreros y de santos
-iconos que se erigen sin sonrojo
como centro aberrante del orgullo-,
de una antesala del mar
que está presa tras cerrojo de hormigón,
de risas y juegos de niños
abortados de alquitrán y de cemento,
de ostentosas fuentes musicales,
bajo precio para el robo perpetrado,
del culto sin medida a los sudores
que fluyen albiazules los domingos
-placebo estulto que permite
el avance inexorable de un cáncer pervertido-,
de fachadas y calles sin alma, sin calle, sin fachada,
de macro-comercios de lo superfluo insaciable,
de cigí¼eñas y gaviotas comiendo del vertedero,
de dobles filas, frenazos y de nervios…
Mi ciudad es
de trileros y cartas marcadas,
del populismo indecente,
de quintacolumnistas de manos y conciencias sucias,
de máscaras de nocturnidad y alevosía,
de ladrones de vida y mercaderes de la muerte,
de vampiros tripones,
de pusilánimes, acomodaticios y vendidos
de saldo,
de hipócritas y cínicos de orondo estómago agradecido,
de cómplices sin escrúpulos,
de enchaquetados que humillan a las flores
tras golpes suaves en el pecho,
de un lado oscuro sin rostro
vomitando atroz el desconsuelo,
de la motosierra,
de la excavadora,
de la hormigonera a destajo,
del ladrillo como moneda oficial
-¿no buscaban armas de destrucción masiva?-,
del gris,
antítesis de vida y primaveras…
Mi ciudad ya no es mía,
ni tuya,
ni nuestra.
Nos fue robada al amparo
de unas normas a medida.
Vista así,
mi ciudad,
es una mierda.
Pero mi ciudad es también
de mi rafa y mi carlitos
a los que empujo a la plaza
porque no esté sin centinela
si un día le llega el “progreso”,
de mari
que ya apenas sale
¡con lo que le gustaban las calles!
de maría
con su eterno poema inacabado
irredenta aunque cansada
de sus batallas –nuestras batallas- perdidas,
de gonzalo
con el que jamás he cruzado palabra
pero que seguro que es un tío cojonudo,
de manolo
con su utopía siempre a cuestas,
del rubiales
ese tremendo “pisha” poeta,
de paco
con su pluma fácil y sincera,
del alargaor
con esa sonrisa que llena
del miramamolín
-¿quién coño será este tío?-
con su ingenio ácido, con su ironía,
de una luna sin papeleras
que nos deja siempre alucinados
-o alunizados, no sé-,
de pablito
que come poemas crudos
y caritas de patata,
de frida
que acaba de germinar
y ya es otra esperanza,
de iñaki
aunque venga de Ayamonte
-para qué poner fronteras-
de prado,
de miguel,
de sebastián,
del “sarry”,
de luis,
de alfonso,
de esa chica tan simpática
que nunca me ha dicho su nombre
-tampoco yo pregunte ni era necesario,
a un aliado lo nombramos por sus ojos-
de los que el sábado en "Las Monjas" denunciaron la pobreza.
Mi ciudad es
de todos ellos.
Y también de otros tantos
que no puedo mencionar
por no alargar esta arenga
-bueno, y también, para qué negarlo,
es que con la edad me va fallando la memoria-
Vista así
mi ciudad
tu ciudad
nuestra ciudad…
aún merece la pena.
Mi ciudad es de asfalto
-dura esquirla de cuarzo que se clava y tapona sus arterias-,
del árbol que sucumbe indefenso ya al nacer
en el corredor de la muerte de un progreso
bastardo y putrefacto,
de un desierto de yeso blanco
que avanza imprudente en la marisma,
de arsénico y uranio
que mudos nos irrumpen en la médula,
de azufre y azogue que anuncian
un averno enfrentando a la vida su miseria,
de veneno en el aire que se oculta
tras perversos informes oficiales,
de una erosión sin mar ni lluvia
que atroz le devora su relieve,
de vírgenes, toreros y de santos
-iconos que se erigen sin sonrojo
como centro aberrante del orgullo-,
de una antesala del mar
que está presa tras cerrojo de hormigón,
de risas y juegos de niños
abortados de alquitrán y de cemento,
de ostentosas fuentes musicales,
bajo precio para el robo perpetrado,
del culto sin medida a los sudores
que fluyen albiazules los domingos
-placebo estulto que permite
el avance inexorable de un cáncer pervertido-,
de fachadas y calles sin alma, sin calle, sin fachada,
de macro-comercios de lo superfluo insaciable,
de cigí¼eñas y gaviotas comiendo del vertedero,
de dobles filas, frenazos y de nervios…
Mi ciudad es
de trileros y cartas marcadas,
del populismo indecente,
de quintacolumnistas de manos y conciencias sucias,
de máscaras de nocturnidad y alevosía,
de ladrones de vida y mercaderes de la muerte,
de vampiros tripones,
de pusilánimes, acomodaticios y vendidos
de saldo,
de hipócritas y cínicos de orondo estómago agradecido,
de cómplices sin escrúpulos,
de enchaquetados que humillan a las flores
tras golpes suaves en el pecho,
de un lado oscuro sin rostro
vomitando atroz el desconsuelo,
de la motosierra,
de la excavadora,
de la hormigonera a destajo,
del ladrillo como moneda oficial
-¿no buscaban armas de destrucción masiva?-,
del gris,
antítesis de vida y primaveras…
Mi ciudad ya no es mía,
ni tuya,
ni nuestra.
Nos fue robada al amparo
de unas normas a medida.
Vista así,
mi ciudad,
es una mierda.
Pero mi ciudad es también
de mi rafa y mi carlitos
a los que empujo a la plaza
porque no esté sin centinela
si un día le llega el “progreso”,
de mari
que ya apenas sale
¡con lo que le gustaban las calles!
de maría
con su eterno poema inacabado
irredenta aunque cansada
de sus batallas –nuestras batallas- perdidas,
de gonzalo
con el que jamás he cruzado palabra
pero que seguro que es un tío cojonudo,
de manolo
con su utopía siempre a cuestas,
del rubiales
ese tremendo “pisha” poeta,
de paco
con su pluma fácil y sincera,
del alargaor
con esa sonrisa que llena
del miramamolín
-¿quién coño será este tío?-
con su ingenio ácido, con su ironía,
de una luna sin papeleras
que nos deja siempre alucinados
-o alunizados, no sé-,
de pablito
que come poemas crudos
y caritas de patata,
de frida
que acaba de germinar
y ya es otra esperanza,
de iñaki
aunque venga de Ayamonte
-para qué poner fronteras-
de prado,
de miguel,
de sebastián,
del “sarry”,
de luis,
de alfonso,
de esa chica tan simpática
que nunca me ha dicho su nombre
-tampoco yo pregunte ni era necesario,
a un aliado lo nombramos por sus ojos-
de los que el sábado en "Las Monjas" denunciaron la pobreza.
Mi ciudad es
de todos ellos.
Y también de otros tantos
que no puedo mencionar
por no alargar esta arenga
-bueno, y también, para qué negarlo,
es que con la edad me va fallando la memoria-
Vista así
mi ciudad
tu ciudad
nuestra ciudad…
aún merece la pena.
Muy valiente Rafa. Si señor. Ya es hora de que la ciudadanía, el pueblo (hermosa palabra) se desprenda de la zanahoria que prende frente a sus narices y se deje de hacer el burro.
vino y besos