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Ladrones de vida (por Rafa León)

“Pero el tiempo es tranquilidad y paz amorosa, amar, descansar y tenderse en una estera imperturbable. Los Papalagi (hombres blancos) no han entendido al tiempo y, por consiguiente, lo han maltratado con sus bárbaras prácticas.”

Tuiavii de Tiavea (jefe samoano de principios del siglo XX)


Cualquier ciudadano del Aljarafe que deba desplazarse a Sevilla diariamente dos veces en horas punta, algo por otra parte bastante habitual, pierde hora y media extra de “su tiempo” entre atascos y vueltas y más vueltas a la “caza” histérica de un lugar donde aparcar su vehículo. Ocho horas por semana, treinta y dos al mes, 16 días al año. Esto significa que, de un periodo de veinte años, le habrá sido arrebatado uno bajo la siniestra forma de un abusivo “tributo” al “progreso”.

Y todo ello ¿por qué?, ¿para qué? Para que durante años unos sutiles ladrones de vida se hayan enriquecido o hayan logrado permanecer en sus poltronas sobre el abuso de la materia prima de ese tiempo robado. Porque especuladores sin escrúpulos nos han estado y nos continúan prometiendo una vida de bienestar en un “paraíso” que atesora a la vez las ventajas de habitar en el campo y en la ciudad, para después arrojarnos sin clemencia a un basurero de cemento, asfalto, tubos de escape, luces rojas de freno, nervios desatados y trastornos esquizoides. Porque regidores municipales sólo han sido, por ignorancia o connivencia, la necesaria correa de transmisión de las iniciativas emprendidas para la generación de unos “selectos”y elitistas beneficios especulativos privados a costa de ir sepultando bajo un estercolero de “maléficos maleficios” al conjunto social que “habita” el Aljarafe.

Y en este reino anárquico de los 40 ladrones, los “alibabás” no han sido otros que los sucesivos titulares de la Consejería de Obras Públicas y Transporte, que debieran haber sido los máximos responsables en el establecimiento de un marco de ordenación territorial para el conjunto del área que previese y evitase los actuales problemas de congestión, contaminación, escasez de espacios libres y falta y a la vez exceso de movilidad que mortifican a los ciudadanos del Aljarafe.

Estos “alibabás” sin cimitarra ni turbante han dejado ya pasar más de 11 años desde que en 1994 se aprobase el Acuerdo de formulación del Plan de Ordenación del Territorio de la Aglomeración Urbana de Sevilla, el instrumento destinado a configurar ese marco superior de ordenación territorial. Un tiempo irrecuperable. Irrecuperable para el Aljarafe, que ya ha llegado a una penosa situación para la que las posibles soluciones se antojan muy difíciles, cuando no inverosímiles. Irrecuperable para miles de ciudadanos, que han visto como se “acortaba” su vida, no sólo por las miles de horas que les han sido hurtadas sobre el asfalto, sino también por verse sometidos diariamente a la agresividad insana del “túnel” de contaminación que permanentemente los envuelve y al insoportable estrés que los oprime en sus desplazamientos diarios.

Y en esto estábamos, cuando sorprendidos y perplejos asistimos al colmo de la elusión de responsabilidades por parte de la actual titular de la COPT, que en una comisión parlamentaria nos viene a decir que la ausencia de un Plan de Ordenación Territorial para la aglomeración urbana de Sevilla no tiene prácticamente ninguna relación con la caótica e insatisfactoria situación urbanística y de movilidad que padecen los ciudadanos del Aljarafe. La Consejera, en un intento torpe y patético por lanzar la pelota lejos de su tejado, atribuye los problemas de la aglomeración urbana casi exclusivamente a inadecuados instrumentos de planeamiento urbanístico y a actividades delictivas (a día de hoy tan sólo presuntas aunque la Consejera las diese en su intervención como ya juzgadas, probadas y condenadas) de carácter puntual: “con nombre y apellidos”. Y todo para finalmente prometer que “el área de Sevilla tendrá su plan de ordenación territorial en el futuro”. Y yo me pregunto: ¿para qué? si al parecer para la titular de la Consejería no tiene utilidad alguna, si dentro de poco no quedará nada que ordenar, si es posible que en poco tiempo la única solución factible sea el derribo masivo para comenzar de nuevo. Algo que, por otra parte, nunca sucederá, por su inimaginable viabilidad.

Pero hablando de hechos delictivos, se me ocurre que tal vez habría que llevar a cabo una reforma legal en profundidad para hacer algo de justicia a tanto ciudadano despojado de su tiempo. Una reforma que tipificase como delito este casi imperceptible pero descomunal robo de vida. Y, si yo formara parte del cuerpo de legisladores, no establecería sanciones privativas de libertad. Simplemente condenaría a los responsables de tan inhumano latrocinio a fijar su residencia en el Aljarafe, por supuesto en una vivienda hipotecada a treinta años, y a tenerse que desplazar al menos dos veces al día a Sevilla durante las horas punta y al volante de un utilitario recalentado de tanto marchar en primera. Y para forzar más aún su deseada rehabilitación y recuperación para la sociedad a la que abandonaron a su suerte hace tiempo, haría colocar en las puertas de sus casas, en el capó de sus coches y en sus carteras de administradores o altos ejecutivos una pegatinas al estilo de las “esquelas mortuorias” al uso en las cajetillas de tabaco con inscripciones tales como: “los alibabás acortan la vida”, “los alibabás dañan su salud y la de los que están a su alrededor” o “los alibabás matan”, que más de un ciudadano ha perdido completamente su vida en un instante en la bajada de la A-49 como consecuencia de esa falta de ordenación y del caos de movilidad que ha propiciado.

Pero nada de esto sucederá en el contexto de un sistema económico-político-social en el que la directriz básica es que para generar el tiempo-oro de unos pocos el recurso básico es el tiempo-vida del resto. En el que los eufemísticamente denominados “fallos de mercado” constituyen los cimientos para el “éxito” de los más “competitivos”. Si Tuiavii de Tiavea tuviera hoy que escribir de nuevo sus discursos sobre nosotros, los Papalagi, tal vez no podría terminarlo a causa de las lágrimas que derramaría sobre el papel al ver hasta donde hemos sido capaces de “llegar”, sería mejor decir no llegar, en algo menos de un siglo.

Yo, por mi parte, de nuevo mañana seré saqueado por los ladrones de vida, con “nombres y apellidos” como gusta decir la Consejera. Y en mi indefensión lo único que podré hacer es acordarme “cariñosamente” de todos sus ancestros. Maleducado que es uno. Algo connatural en la raza “superior”de los Papalagi, de la cual formo parte.