Impuestos
En esta sufrida piel de toro que nos acoge, hay pocas cosas que causen tanto alborozo y fervor popular como la aparición fantasmal de un portavoz del gobierno o ministro de la cosa hacendística anunciando una nueva bajada de impuestos. Así que, desde casi el inicio de la denominada, con más o menos razón (evalúe usted mismo y saque sus propias conclusiones), etapa democrática, la pertinaz alternancia, que no alternativa, de poder delegado protagonizada por los socialistas y los populares, en su objetivo de afianzar el neoliberalismo salvaje (al estilo, como le leí recientemente a Carlo Frabetti, del binomio poli bueno-poli malo, con tácticas diferentes, pero la misma estrategia destinada a llevarte al huerto, y, entre col y col, lechuga), no ha podido dejar de producir una cosecha ingente de ciudadanos alborozados y fervorosos. Sí; pero engañados.
Porque cuando usted, que gana, pongamos por ejemplo, 12.000 euros anuales, se “ahorra” diez euritos con una de de esas bajadas de pantalones (perdón, quise decir de impuestos, me traicionan las obsesiones sexuales), él que gana 1.200.000 deja de ingresar 1000 eurazos en las arcas “públicas”. Además, este último, probablemente, recibirá de esas mismas arcas “públicas” un sin fin de ayudas oficiales para que cree empleo o cualquier otro fin “altruista” (no sé porqué, pero se me acaba de venir a la memoria el caso de Boliden y su desparrame de veneno por Doñana), mientras usted, por sobrepasar en 13 céntimos el baremo establecido para la cosa de las caritativas limosnas establecidas desde el más soberano laicismo, se quedará sin la ayuda para, por ejemplo, pagar su sangrante hipoteca.
Y se estrellará continuamente de bruces contra las listas de espera, contra pasillos de hospitales atestados de camillas con sus enfermos y todo, contra calles sucias y repletas de mendigos (con lo desagradable que resulta encontrarse a uno de éstos en un cajero automático guareciéndose del frío), contra una enseñanza cuyo único producto es el fracaso escolar, contra una inseguridad ciudadana creciente… Bueno, no sigo porque podría estar escribiendo unos pocos de lustros. Sólo le diré que los del 1.200.000 euros podrán, como es evidente, acceder a un elevado nivel de calidad de todos esos servicios, en los que para usted la calidad brilla por su ausencia, en el ámbito del creciente sector de los servicios privados. Pero usted, con sus míseros 12.000 euros anuales, tendrá difícil acceso a esos mismos “servicios” que sólo lo son cuando constituyen negocio, y deberá seguir apechugando con las “maravillas” que no deja en ningún momento de ofrecerle el Estado del “Bienestar”.
Así que, la próxima vez que venga cualquier vocero del poder económico, embutido en los oropeles de su apariencia engañosa de ministro de la cosa pública (ya sea interpretando al poli bueno, ya al poli malo), para anunciarle una benéfica y graciosa nueva bajada de impuestos, piense bien si realmente no le estará anunciando una nueva bajada de pantalones (de los pantalones de usted, claro), para que (perdón por la vulgaridad de la expresión, pero es que, a veces, las expresiones del vulgo cabreado son las más acertadas) los que ganan con esa medida que se oculta tras la falacia de un engañoso e inexistente beneficio social, mientras que usted pierde, puedan seguir metiéndosela “doblá”.
Y, permítame para finalizar, aconsejarle, que si algún día un partido político tiene los arrestos suficientes (que dudo mucho que ninguno los tenga tan bien puestos, digo los arrestos) como para llevar como punto central y casi único de su programa de gobierno una sustancial subida de los impuestos, no dude en votarlo y aclamarlo con vehemencia. Pues eso habrá significado que habrán comenzado a liberarse de las cadenas impuestas por los poderes fácticos para iniciar, por fin, la potenciación del poder público y sus recursos. Y con un poder público fuerte y con recursos, siempre que la soberanía siga residiendo realmente en el pueblo, lo demás, puede venir rodado.
Porque cuando usted, que gana, pongamos por ejemplo, 12.000 euros anuales, se “ahorra” diez euritos con una de de esas bajadas de pantalones (perdón, quise decir de impuestos, me traicionan las obsesiones sexuales), él que gana 1.200.000 deja de ingresar 1000 eurazos en las arcas “públicas”. Además, este último, probablemente, recibirá de esas mismas arcas “públicas” un sin fin de ayudas oficiales para que cree empleo o cualquier otro fin “altruista” (no sé porqué, pero se me acaba de venir a la memoria el caso de Boliden y su desparrame de veneno por Doñana), mientras usted, por sobrepasar en 13 céntimos el baremo establecido para la cosa de las caritativas limosnas establecidas desde el más soberano laicismo, se quedará sin la ayuda para, por ejemplo, pagar su sangrante hipoteca.
Y se estrellará continuamente de bruces contra las listas de espera, contra pasillos de hospitales atestados de camillas con sus enfermos y todo, contra calles sucias y repletas de mendigos (con lo desagradable que resulta encontrarse a uno de éstos en un cajero automático guareciéndose del frío), contra una enseñanza cuyo único producto es el fracaso escolar, contra una inseguridad ciudadana creciente… Bueno, no sigo porque podría estar escribiendo unos pocos de lustros. Sólo le diré que los del 1.200.000 euros podrán, como es evidente, acceder a un elevado nivel de calidad de todos esos servicios, en los que para usted la calidad brilla por su ausencia, en el ámbito del creciente sector de los servicios privados. Pero usted, con sus míseros 12.000 euros anuales, tendrá difícil acceso a esos mismos “servicios” que sólo lo son cuando constituyen negocio, y deberá seguir apechugando con las “maravillas” que no deja en ningún momento de ofrecerle el Estado del “Bienestar”.
Así que, la próxima vez que venga cualquier vocero del poder económico, embutido en los oropeles de su apariencia engañosa de ministro de la cosa pública (ya sea interpretando al poli bueno, ya al poli malo), para anunciarle una benéfica y graciosa nueva bajada de impuestos, piense bien si realmente no le estará anunciando una nueva bajada de pantalones (de los pantalones de usted, claro), para que (perdón por la vulgaridad de la expresión, pero es que, a veces, las expresiones del vulgo cabreado son las más acertadas) los que ganan con esa medida que se oculta tras la falacia de un engañoso e inexistente beneficio social, mientras que usted pierde, puedan seguir metiéndosela “doblá”.
Y, permítame para finalizar, aconsejarle, que si algún día un partido político tiene los arrestos suficientes (que dudo mucho que ninguno los tenga tan bien puestos, digo los arrestos) como para llevar como punto central y casi único de su programa de gobierno una sustancial subida de los impuestos, no dude en votarlo y aclamarlo con vehemencia. Pues eso habrá significado que habrán comenzado a liberarse de las cadenas impuestas por los poderes fácticos para iniciar, por fin, la potenciación del poder público y sus recursos. Y con un poder público fuerte y con recursos, siempre que la soberanía siga residiendo realmente en el pueblo, lo demás, puede venir rodado.