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El libro del destino

Lo que pensaba como la mala fortuna se había cebado con tanta saña en su vida que comenzó a experimentar un miedo desesperante y enfermizo por lo que pudiera depararle el futuro. Día a día, el terror se le hacía más y más insufrible. Una noche, al despertar bruscamente en mitad de la reiterada pesadilla que lo consumía en sueños, recordó las historias que, cuando era niño, le contara su abuelo acerca de una gruta ignota existente en los alrededores del pueblo. Aquella gruta, según la vieja leyenda que se había transmitido oralmente de generación en generación, había sido habitada desde tiempos inmemoriales por una sibila, de gran sabiduría y unas dotes inigualables en el arte de la adivinación, la cual iba anotando incansablemente cada uno de sus augurios en el sin fin de libros que se decía que poblaban su inmensa biblioteca. Y pensó que allí, tal vez en un libro dedicado en exclusiva a su destino, podría encontrar todas las respuestas a las angustiosas dudas y fantasmas que lo atenazaban y le comenzaban a hacer la vida insoportable.

Tras varios días de búsqueda pertinaz, durante los cuales no se permitió un solo segundo de descanso, pudo confirmar la veracidad de la leyenda. Tras penetrar en la biblioteca de la sibila, calculó que debería haber más de una decena de miles de millones de libros, uno por cada ser que había transitado o que aún permanecía en este mundo. Comprobó que, en muchos de los estantes, en los que parecían estar distribuidos por fechas y apellidos, todos se encontraban deshojados. Pensó que serían los libros de los que ya habían muerto, y que no contenían nada escrito al haber terminado de cumplirse sus destinos. Durante varios días se dedicó a buscar el que debía llevar marcado su nombre en el lomo. Cundo al fin lo encontró pudo apreciar que era uno de los más gruesos de los que había visto hasta entonces. De nuevo el miedo, que lo había abandonado durante el tiempo en que estuvo absorto en su búsqueda, se apoderó de todos sus sentidos ante lo que pudiera contener aquel oráculo. Pero lo abrió. Y a medida que avanzaba en su lectura se fue sintiendo más y más aterrorizado.

Cuando regresó a su casa comenzó a rondarle en la cabeza la idea de que no sería capaz de soportar un porvenir tan despiadado. Y sólo se le ocurrió un modo para tratar de cambiar las predicciones de la sibila. Se colocó su mejor traje, tomó una cuchilla de afeitar, abrió el grifo del agua caliente y se introdujo en la bañera. Su rostro fue palideciendo a medida que el agua se tintaba de rojo.

Nunca pudo saber que cada vez que a uno de aquellos libros, al llegar la medianoche, se le arrancaba una página, las restantes eran escritas de nuevo por la sibila, la mayoría de las veces con variaciones casi imperceptibles, pero en otras ocasiones con cambios tan considerables que hubiera parecido que estaban dedicadas al futuro de una persona distinta a la del día anterior. Tal y como había ocurrido con las del suyo, que, ahora, se encontraba deshojado en uno de los estantes dedicados a los de los muertos.


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Victoria
Victoria dice:
02/12/2006 13:34

Maravilloso relato, como todo lo que escribes.

Un abrazo con dos besos, uno por mejilla.

rafa leon
rafa leon dice:
02/12/2006 16:38

Muchas gracias, Victoria.



Abrazos y besos también para ti.

Rafa

ISLAMARIA
ISLAMARIA dice:
04/12/2006 13:23

Qué bien, Rafa. así me gustan a mí: sencillitos y bien escritos.

Por cierto, Victoria. Que digo que cuando se regala algo una no debe meterse en el destino que se le va a dar al regalo. Lo digo por eso de los 'besos en la mejilla'. Una vez enviados por correo, los has dejado libres para que Rafa ponga tus besos donde mejor le plazca. Digo yo.

manuel rubiales
manuel rubiales dice:
04/12/2006 15:30

Admiro tu talento Rafa. Me ha encantado esta nueva perla literaria.

Vino y besos...Ah, bueno, y también cerveza.