El doble (por Julia Villarejo)
Al principio pensó que con el paso del tiempo llegaría a dejar de extrañarlo. Pero día tras día le crecía en la memoria el cáncer de su ausencia. Y se sentía sola y aislada, insoportablemente sola y aislada.
Llegaron a ser tan grandes la desesperanza y el vacío que la embargaban, que, tratando de no extraviarse para siempre al fondo de un abismo de silencios, decidió crearlo de nuevo a partir de la nada. Como a uno más de esos personajes a los que daba vida en sus cotizados relatos.
Lo llamó Mario.
Le creó un apartado de correos desde el que él correspondía, una vez por semana, a sus cartas de amor y deseo. Más tarde, le alquiló un pequeño apartamento en la plaza Zabala, y cada noche le dejaba varios mensajes en su contestador automático. Ni una sola vez dejó él, a la mañana siguiente, de responderle a su buzón de correo electrónico.
No hubo de transcurrir mucho tiempo para que Mario cobrase la vida suficiente como para pasar a ser el alter ego de Julia. Y así eran felices, dolorosamente felices, y, aunque no lograban encontrar el momento propicio para estar juntos, estaban convencidos de que ya nunca podrían vivir el uno sin el otro.
Hasta que una noche, al comprobar los mensajes almacenados en el contestador, no hubo ninguno de Julia. Ni a la noche siguiente.
Llegaron a ser tan grandes la desesperanza y el vacío que la embargaban, que, tratando de no extraviarse para siempre al fondo de un abismo de silencios, decidió crearlo de nuevo a partir de la nada. Como a uno más de esos personajes a los que daba vida en sus cotizados relatos.
Lo llamó Mario.
Le creó un apartado de correos desde el que él correspondía, una vez por semana, a sus cartas de amor y deseo. Más tarde, le alquiló un pequeño apartamento en la plaza Zabala, y cada noche le dejaba varios mensajes en su contestador automático. Ni una sola vez dejó él, a la mañana siguiente, de responderle a su buzón de correo electrónico.
No hubo de transcurrir mucho tiempo para que Mario cobrase la vida suficiente como para pasar a ser el alter ego de Julia. Y así eran felices, dolorosamente felices, y, aunque no lograban encontrar el momento propicio para estar juntos, estaban convencidos de que ya nunca podrían vivir el uno sin el otro.
Hasta que una noche, al comprobar los mensajes almacenados en el contestador, no hubo ninguno de Julia. Ni a la noche siguiente.