El desencuentro
Era incapaz de comprender qué era lo que pudo haber sucedido para que hubiesen terminado llegando a aquella dolorosa situación de amargo desencuentro. Además de por la ausencia, era tanto el peso acumulado detrás de sus párpados por esa incertidumbre, que se armó del poco valor que le quedaba y se citó con ella para tratar de buscar los motivos que habían dado lugar a su mutuo abandono, así como para procurar disminuir en lo posible la incomunicación que, como una maraña de espinos amarillos, se había interpuesto entre ambos. Cuando se dirigía a su encuentro no podía dejar de pensar por un instante en que realmente no sabía lo que debía ni lo que quería decirle. Y se le antojaba que nada peor a aquella certeza podría ya acontecerle en todo el resto de su vida. Después, cuando estuvieron frente a frente, descubrió, horrorizado, que tampoco ella sabía lo que quería escuchar.
¡Cómo duelen los desencuentros!
Vive la vida. PAQUITA