Currículum cum laudem (por Rafa León)
A Daniel Rizzotti, Carlos Bravo, Phillip Walter Lloyd, Lawrence Martin Turk y María Teresa Ambrós, activistas de Greenpeace procesados por haberse manifestado de manera pacífica en oposición a la masacre perpetrada contra el Pueblo de Iraq.
Opositó a funcionario de prisiones y, fingiendo en las pruebas de calificación, obtuvo el número uno cum laudem. Al enfrentarse al último e irrelevante trámite, remordida la conciencia, pensó que en esta ocasión, para salvarse, debía ser sincero.
Soy poca cosa. Una imperceptible y minúscula porción del alma dolida de los más de seis mil millones encadenados a este mundo terminal y desalmado. Alguien, casi nadie, sin importancia; un anónimo desconocido ya algo cansado de no ganar ninguna de mis siempre pacíficas batallas, pero empeñado en seguir nadando a contracorriente hasta no haber agotado mis últimas fuerzas, aun irredento tras las últimas, las definitivas pero indestructibles barricadas, tras el convencimiento de que la resistencia tarde o temprano terminará por ser fértil. Sólo un sobreviviente, un cero a la izquierda, pero obstinado en tratar de continuar unido, uniéndome, a todos aquellos que, como Benedetti, todavía opinan que mientras “el cero a la derecha junta millones, el cero a la izquierda funda utopías”. Y en mantener la esperanza de que las utopías, la Utopía, al contrario que esta pavorosa, vieja y agónica quimera que, pegajosa, nos cautiva, siempre serán posibles. Ya veis, soy poca cosa, casi nada, pero podríamos ser mucho, casi todo.
Tras proceso sumarísimo vía jurisdicción militar lo vistieron con mordaza, camisa de fuerza y grilletes, y a brutales golpes y empujones lo arrojaron casi desecho al “agujero”. Desde entonces, en aquella celda apartada, pequeña, fría, húmeda, maloliente y oscura, ninguna mañana, quebrando la penumbra, la desesperanza y el miedo, dejó de irrumpir a borbotones el arco iris.
Opositó a funcionario de prisiones y, fingiendo en las pruebas de calificación, obtuvo el número uno cum laudem. Al enfrentarse al último e irrelevante trámite, remordida la conciencia, pensó que en esta ocasión, para salvarse, debía ser sincero.
Soy poca cosa. Una imperceptible y minúscula porción del alma dolida de los más de seis mil millones encadenados a este mundo terminal y desalmado. Alguien, casi nadie, sin importancia; un anónimo desconocido ya algo cansado de no ganar ninguna de mis siempre pacíficas batallas, pero empeñado en seguir nadando a contracorriente hasta no haber agotado mis últimas fuerzas, aun irredento tras las últimas, las definitivas pero indestructibles barricadas, tras el convencimiento de que la resistencia tarde o temprano terminará por ser fértil. Sólo un sobreviviente, un cero a la izquierda, pero obstinado en tratar de continuar unido, uniéndome, a todos aquellos que, como Benedetti, todavía opinan que mientras “el cero a la derecha junta millones, el cero a la izquierda funda utopías”. Y en mantener la esperanza de que las utopías, la Utopía, al contrario que esta pavorosa, vieja y agónica quimera que, pegajosa, nos cautiva, siempre serán posibles. Ya veis, soy poca cosa, casi nada, pero podríamos ser mucho, casi todo.
Tras proceso sumarísimo vía jurisdicción militar lo vistieron con mordaza, camisa de fuerza y grilletes, y a brutales golpes y empujones lo arrojaron casi desecho al “agujero”. Desde entonces, en aquella celda apartada, pequeña, fría, húmeda, maloliente y oscura, ninguna mañana, quebrando la penumbra, la desesperanza y el miedo, dejó de irrumpir a borbotones el arco iris.