Críticos
Crisis: hermoso vocablo, al menos en cuanto a su significado. Crisis: expresión que define, entre otras cosas, un proceso de cambio. Crítico: aunque no sea una significación que recoja de manera explícita el diccionario, es, y en este sentido, todo aquel que se opone al status quo, al inmovilismo, a la homogenización paralizante, al pensamiento único, el que se sitúa por detrás de las trincheras, resistiendo, imaginando, tratando de inventar otro mundo, otras primaveras, otros mares, otros puentes tendiéndose sobre el abismo, otras puertas abriéndose en las murallas, arriesgándose a enfrentar su sensibilidad desnuda, su fuerza y sus debilidades al inmenso poder de la maquinaria de lo estéril. ¿Qué sería del mundo sin los críticos, sin estos críticos, sin su humilde ironía, sin el ácido corrosivo de sus palabras y sus actos, sin el delirio del que han de hacer gala para osar enfrentarse al sistema?
Pero el crítico, para seguir siéndolo, debe tener muy claro que serlo no debe nunca ser un fin, sino un medio, que el crítico ni está por encima del bien y del mal ni se justifica en si mismo, sino tan sólo en el proceso de cambio que pretende. Así, cuando el crítico, para afianzar su posición y la consideración que como tal se merece, llega a cebarse y a criticar y enjuiciar sin motivo, saña y hasta desprecio la debilidad de sus propios aliados –las trincheras, aunque luminosas, son incómodas, inseguras y frágiles, siendo muy propicias para el desamparo y la desesperanza-, cuando pretende atarse a la cordura –su idea de cordura- e imponerla a otros como único método posible, como acción exclusiva y excluyente de las páginas de la Historia, ya sea universal o cotidiana, está comenzando a abandonar las barricadas y dando el primer paso al frente –o atrás- hacia el lado de las sombras, hacia el eclipse. Sobre todo, cuando lo hace, utilizándolo de manera bastarda, desde el anonimato que muchas veces se requiere para ejercer la crítica, difícil en los tiempos de mafia y “omertá” que corren. Esos críticos, quinta columna de la barbarie, son más peligrosos, incluso, que los que engrasan la maquinaria presta a derribar las débiles defensas de la resistencia. A veces, incluso, sin saberlo. Puede que esto último sea un eximente, pero el resultado sigue siendo el mismo. Aunque en el fondo sólo resulten pobres diablos vendidos a su propio ego, traicionándose.
Pero el crítico, para seguir siéndolo, debe tener muy claro que serlo no debe nunca ser un fin, sino un medio, que el crítico ni está por encima del bien y del mal ni se justifica en si mismo, sino tan sólo en el proceso de cambio que pretende. Así, cuando el crítico, para afianzar su posición y la consideración que como tal se merece, llega a cebarse y a criticar y enjuiciar sin motivo, saña y hasta desprecio la debilidad de sus propios aliados –las trincheras, aunque luminosas, son incómodas, inseguras y frágiles, siendo muy propicias para el desamparo y la desesperanza-, cuando pretende atarse a la cordura –su idea de cordura- e imponerla a otros como único método posible, como acción exclusiva y excluyente de las páginas de la Historia, ya sea universal o cotidiana, está comenzando a abandonar las barricadas y dando el primer paso al frente –o atrás- hacia el lado de las sombras, hacia el eclipse. Sobre todo, cuando lo hace, utilizándolo de manera bastarda, desde el anonimato que muchas veces se requiere para ejercer la crítica, difícil en los tiempos de mafia y “omertá” que corren. Esos críticos, quinta columna de la barbarie, son más peligrosos, incluso, que los que engrasan la maquinaria presta a derribar las débiles defensas de la resistencia. A veces, incluso, sin saberlo. Puede que esto último sea un eximente, pero el resultado sigue siendo el mismo. Aunque en el fondo sólo resulten pobres diablos vendidos a su propio ego, traicionándose.