Contaminación
En Huelva la contaminación crece y, día a día, nos envuelve, pegajosa, más y más vorazmente.
Ya, ya sé que nos dicen los responsables de las cosas ambiental y sanitaria e incluso eminentes científicos cuya honestidad y sinceridad están al margen de cualquier tipo de duda, que en nuestra moderna ciudad (eufemismo que equivale a decir no-ciudad o ciudad en deconstrucción permanente) tenemos, por ejemplo, uno de los aires más puros y cristalinos de toda nuestra Andalucía estatutaria, incluso tanto casi como el que se respira en las cumbres de Sierra Nevada (que ya se sabe que, como tributo al progreso, a veces hay que convertir un espacio natural en un sórdido parque temático al servicio del "pijerío" consolidado y la legión de aspirantes a integrarlo). Podría, podría ser cierto, aunque yo, que soy un descreído patológico, no me lo termino de tragar. Pero en cualquier caso esto último –quiero decir la veracidad o no de las versiones oficiales en cuanto a óxidos nitrosos, ozono, bencenos y demás gases nocivos, siempre por debajo de lo que marcan los límites normativos, que no lo aconsejable o lo razonable- es indiferente en lo que al crecimiento global de la contaminación se refiere. Porque, en Huelva, los poderes fácticos, el poder fáctico, el gran poder fáctico foráneo que manosea con sus sucias zarpas la ciudad, tiene una capacidad casi infinita para el chantaje, para la coacción y para amordazar tanto las bocas de los sumisos como la de los insurrectos que, cuando entre el ruido atronador de lo políticamente correcto –que al parecer es desactivar cualquier tipo de alarma, ya salte consecuente o inconsecuentemente-, piensan que han logrado alzar sólo un poquito la voz, no saben que en realidad están avanzando –o retrocediendo, según cómo se evalúe- a través de la antesala del desierto. Y se clausuran exposiciones y se censuran libros y se nos muestra sólo una parte de la realidad, la parte amable, luminosa, solidaria y gentil, no vaya a ser que se nos acabe jodiendo el “folclorismo” pacato y provinciano, una de los pocas cosas “auténticas”, en cuanto a seña de identidad, que nos van quedando. Y, entretanto, los responsables o, mejor dicho, los que deberían serlo, de servir de voz al pueblo, que ya se sabe que esto de la democracia no es más que una delegación de poderes que en muy raras ocasiones no resulta adulterada a las primeras de cambio, instalados en actitudes pusilánimes o conniventes ante el poder, el inmenso poder de los que se han terminado por robarse desde el mango de la sartén hasta el fuego que la calienta.
Sí, en Huelva, no cabe la menor duda, la contaminación crece y crece, porque no hay contaminación más peligrosa que la que sufren las mentes y los espíritus. En fin, si algo de lo dicho aquí tiene alguna semejanza con la realidad y alguien se siente aludido no será, no, una simple coincidencia, sino, tal vez más bien, que fuera esa mi intención. Y, con la mordaza un poco más ajustada, eso sí, no podré dejar de experimentar un inmenso regocijo.
Ya, ya sé que nos dicen los responsables de las cosas ambiental y sanitaria e incluso eminentes científicos cuya honestidad y sinceridad están al margen de cualquier tipo de duda, que en nuestra moderna ciudad (eufemismo que equivale a decir no-ciudad o ciudad en deconstrucción permanente) tenemos, por ejemplo, uno de los aires más puros y cristalinos de toda nuestra Andalucía estatutaria, incluso tanto casi como el que se respira en las cumbres de Sierra Nevada (que ya se sabe que, como tributo al progreso, a veces hay que convertir un espacio natural en un sórdido parque temático al servicio del "pijerío" consolidado y la legión de aspirantes a integrarlo). Podría, podría ser cierto, aunque yo, que soy un descreído patológico, no me lo termino de tragar. Pero en cualquier caso esto último –quiero decir la veracidad o no de las versiones oficiales en cuanto a óxidos nitrosos, ozono, bencenos y demás gases nocivos, siempre por debajo de lo que marcan los límites normativos, que no lo aconsejable o lo razonable- es indiferente en lo que al crecimiento global de la contaminación se refiere. Porque, en Huelva, los poderes fácticos, el poder fáctico, el gran poder fáctico foráneo que manosea con sus sucias zarpas la ciudad, tiene una capacidad casi infinita para el chantaje, para la coacción y para amordazar tanto las bocas de los sumisos como la de los insurrectos que, cuando entre el ruido atronador de lo políticamente correcto –que al parecer es desactivar cualquier tipo de alarma, ya salte consecuente o inconsecuentemente-, piensan que han logrado alzar sólo un poquito la voz, no saben que en realidad están avanzando –o retrocediendo, según cómo se evalúe- a través de la antesala del desierto. Y se clausuran exposiciones y se censuran libros y se nos muestra sólo una parte de la realidad, la parte amable, luminosa, solidaria y gentil, no vaya a ser que se nos acabe jodiendo el “folclorismo” pacato y provinciano, una de los pocas cosas “auténticas”, en cuanto a seña de identidad, que nos van quedando. Y, entretanto, los responsables o, mejor dicho, los que deberían serlo, de servir de voz al pueblo, que ya se sabe que esto de la democracia no es más que una delegación de poderes que en muy raras ocasiones no resulta adulterada a las primeras de cambio, instalados en actitudes pusilánimes o conniventes ante el poder, el inmenso poder de los que se han terminado por robarse desde el mango de la sartén hasta el fuego que la calienta.
Sí, en Huelva, no cabe la menor duda, la contaminación crece y crece, porque no hay contaminación más peligrosa que la que sufren las mentes y los espíritus. En fin, si algo de lo dicho aquí tiene alguna semejanza con la realidad y alguien se siente aludido no será, no, una simple coincidencia, sino, tal vez más bien, que fuera esa mi intención. Y, con la mordaza un poco más ajustada, eso sí, no podré dejar de experimentar un inmenso regocijo.
A veces pienso que hay un plan secreto, intencionado y creado, en la más siniestra y mimética conspiración, por alienígenas disfrazados de políticos, científicos y empresarios químicos para exterminar al homo onubensis, respiradores incautos de humos fetilentos. Qué curioso, y aún hay algunos indivíduos en Huelva que colocan carteles de prohibido fumar.
¡Esto si que es una chirigota...!
¡Esto si que es una chirigota...!
¡Esto si que es una chirigota...!