Claqueta
ESTABA más que cansado de ser solamente un actor de tercera con menos relevancia que el último rincón del decorado; de que nadie reparase un solo instante en su existencia; de morir cada día sin tiempo apenas de sacar el revolver o desenvainar la espada, sin una palabra, sin la menor protesta, peor que un cerdo. Y decidió que, bajo la luz plúmbea y macilenta de aquella mañana de finales de otoño, todo habría de ser diferente. Y, a la voz de ¡ACCIÓN!, gritó con todas las fuerzas que llevaba conteniendo en su garganta durante años: ¡AQUí NO VA A QUEDAR EN PIE NI EL PUTO APUNTADOR! Y fue el más rápido, mucho más rápido que ningún otro. El primero en caer, víctima de un certero disparo entre ceja y ceja, fue el director. Sin nadie ya al mando, el resto fue más rápido y sencillo de lo que nunca hubiese podido imaginar. A aquel galán rudo y afectado lo trasformó en piedra con sólo mirarlo fugazmente a las pupilas. A continuación se lanzó contra el productor ejecutivo; le cercenó la cabeza de un tajo con aquella mortífera espada láser que acaba de apropiarse entre las sombras del lado oscuro. A los cámaras los mudó en cenizas con un solo barrido de su aliento de fuego -al hijo del guionista, a la sazón director adjunto, lo crucificó; fue el último en morir, muy lentamente. Después los extras, especialistas, técnicos de iluminación, de sonido... mordeduras de cobra, ahorcamientos, granadas de mano, lapidaciones, ahogamientos, sed, hambre, cólera, malaria, desolladuras, descuartizamientos, electrocuciones, miedo, hastío...; pocas fueron las formas de matar que se le quedaron en el tintero. Al fin sólo quedó ella -la actriz principal de la que ya no recordaba desde cuando había estado enamorado en silencio y sin esperanzas-, con su cabellera azabache alborotada y su níveo rostro salpicado de vísceras y sangre, enmarcando sus, aun aterrorizados, profundos y hermosos ojos verdes. Y entonces comprendió que ya era demasiado tarde para transformar aquella tragedia, aquel breve cortometraje serie B de triste espanto, en larga historia de amor. Y se inmoló de frustración, desamor y congoja.