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Hotel Azo

En Isla Cristina hay un hotel que es el orgullo del alcalde. Removió el edil Roma con Santiago, pinares y rafales, con tal de que desde la última planta del hotel se divisara el mar a corta distancia sin necesidad de mancharse los pies de arena. Porque se trata de un hotel de cinco estrellas, único en la provincia. En sus movimientos de tierra y dunas, el alcalde no pudo llegar hasta privatizar la playa para los glamurosos clientes que ocuparían sus lujosas habitaciones. Pero sabe que se hace camino al andar.

Como si se tratara de un relato de Cortázar, se va ocupando el alrededor arbolado hasta conseguir –se sospecha- separar el hotel del resto del mundanal ruido. Sigilosamente y con nocturnidad se levanta una muralla, como quien no quiere la cosa, poco a poco para no escandalizar. Lo mismo aparece un día una verja de madera más allá del perímetro de palacio –es decir en el aún pinar público-, que te das un paseo por la orilla de la playa y a la vuelta ya tienen sembrado los caminos aledaños con zarzas espinosas. Una podría pensar que pretenden rodear el hotelazo con minas antipersona, pero mejor dejar esas historias para la ciencia ficción de los telediarios.
El miedo, tanto de la dirección del hotelazo como de la presidencia del ayuntamiento, es que la gente que pertenece a la masa popular pueda molestar con sus ruidos y sus estéticas a los clientes del hotelazo, que ni son masa ni son gente, son efectivos turísticos de alto standing. El miedo es que la gente que ha visto perder parte de su patrimonio natural en pro de una mole de hormigón, salte la verja de los jardines artificiales y tome la piscina para divertirse o para protestar. El miedo es que resulten más evidentes aún las diferencias sociales, si se mezclan los de un lado y los del otro de la muralla hotelera. El gobierno del Ayuntamiento de Isla viene poniendo en práctica la cultura del levantamiento de vallas alrededor de la obra supuestamente beneficiosa para su pueblo: primero fue el parque central, ahora el hotelazo.
Sería interesante saber si una persona viene al mundo ya con la cualidad de levantafronteras o se hace a lo largo –o corto- de su vida política. Yo creo que la tendencia a levantar muros, verjas, de alta o baja tecnología, es una característica de la personalidad como lo puede ser la decencia, por ejemplo, o la solidaridad. También la estupidez, también. Por eso hay levantafronteras grandes y los hay pequeños dependiendo del poder que hayan podido ir consiguiendo a lo largo de su vida. Es decir, el poder sería una característica adquirida o coyuntural de la persona, y no así la predisposición a limitar la libertad de los ciudadanos.
Así quienes levantan muros, murallas, vayas electrificadas o de madera, comparten la misma condición, tienen la misma intención –separar, excluir- y les mueve la misma perturbación anímica: el miedo. Ahora bien, la cantidad de kilómetros de valla instalados y su sofisticación serán directamente proporcionales a ese poder que las armas o los votos les haya otorgado. Vaya, que cada cual limita y amuralla lo que puede y hasta donde les llega el presupuesto intelectual.

manuel rubiales
manuel rubiales dice:
14/09/2006 10:55

MAS DE LO MISMO, MARIA..., MAS DE LO MISMO. SI TIENES PASTA PUEDES DISFRUTAR DE UN ENTORNO NATURAL LIMPIO, IMPOLUTO, ASEPTICO Y SIN CONTAMINAR POR LA SUPUESTA VULGARIDAD DE LOS LUGAREÑOS. DESGRACIADAMENTE LA TENDENCIA ES PROMOCIONAR UN TURISMO FANTASIOSO E INFECTO POR ARTIFICIOS QUE FALSEAN LA REALIDAD, UN TURISMO AL QUE NO LE ESTA PERMITIDO MIRAR POR ENCIMA DE LAS MURALLAS PARA QUE NO PUEDA ATERRARSE CON LA VISION DE LA NATURALEZA INTACTA. VINO Y BESOS.