El sentimiento cautivo
Me contaba mi madre que allá por el año 2.006 se presentó en Huelva una novela titulada "El sentimiento cautivo". La obra, escrita por un novelista cordobés, llamado Salvador Gutiérrez Solís, narraba "cómo la represión franquista había actuado sobre los sentimientos, en el sentido de que una persona homosexual no podía expresar realmente sus emociones..." Tan secuestrados estuvieron esos sentimientos que fueron necesarios muchos años a partir de la desaparición de Francisco Franco y su política de miedo para que un libro así pudiera publicarse con el visto bueno de las instituciones, que por entonces decidían qué debía escribirse y qué no.
De todos modos, y a pesar de las apariencias, tampoco por los años de la supuesta democracia adulta era fácil decir ni sentir tan libremente como cabría presumirse, según me contaba mi madre. Tuvo ella la intención de publicar un relato corto, paráfrasis de aquella novela, que nunca vio la luz (de hecho jamás fue impresa; paseó por casi todas las ciberinstituciones del momento, como patata caliente). Hablaba mi madre de otro sentimiento cautivo, de un enemigo innombrable que envenenaba lentamente los corazones, los pulmones y el alma, pero contra quien no cabía defensa propia. Muy parecido a aquel dictador, aunque sin nombre ni apellidos y bastante más grande de cuerpo. Un enemigo disperso y camaleónico, capaz de ensuciar conciencias y blanquear trapos sucios de unos y de otras. Escribía mi madre sobre una ficticia democracia, donde lo único verdaderamente libre era el mercado, donde la libertad de acción estaba mucho más protegida que la libertad de expresión, donde hacía bastante más daño moral una pancarta con dos palabras que los humos ácidos que se denunciaban. Una democracia que permitía a sus instituciones acallar las voces de quienes no hacían más que trasmitir una realidad palpable y mortífera. Se podían destrozar las marismas, pero no estaba permitido publicarlo.
El sentimiento cautivo. El miedo a la palabra escrita, el pensamiento único, la censura. Un frustrante y castrador sistema del poder institucional, un enemigo disperso, escurridizo y de palabras huecas y gastadas, sin la alternativa, sin embargo, que ofrece una dictadura porque "hemos tocado el techo de las libertades".
Gutiérrez Solís esperó que el dictador desapareciera para poder denunciar la cárcel de los sentimientos aquéllos. A mi madre no se le murió nunca el enemigo y no se verá publicada su "apología de mujer atormentada" posiblemente hasta que yo mismo, su único hijo, invente alguna editorial digna de una subvención para cuando ya sea obra póstuma.
De todos modos, y a pesar de las apariencias, tampoco por los años de la supuesta democracia adulta era fácil decir ni sentir tan libremente como cabría presumirse, según me contaba mi madre. Tuvo ella la intención de publicar un relato corto, paráfrasis de aquella novela, que nunca vio la luz (de hecho jamás fue impresa; paseó por casi todas las ciberinstituciones del momento, como patata caliente). Hablaba mi madre de otro sentimiento cautivo, de un enemigo innombrable que envenenaba lentamente los corazones, los pulmones y el alma, pero contra quien no cabía defensa propia. Muy parecido a aquel dictador, aunque sin nombre ni apellidos y bastante más grande de cuerpo. Un enemigo disperso y camaleónico, capaz de ensuciar conciencias y blanquear trapos sucios de unos y de otras. Escribía mi madre sobre una ficticia democracia, donde lo único verdaderamente libre era el mercado, donde la libertad de acción estaba mucho más protegida que la libertad de expresión, donde hacía bastante más daño moral una pancarta con dos palabras que los humos ácidos que se denunciaban. Una democracia que permitía a sus instituciones acallar las voces de quienes no hacían más que trasmitir una realidad palpable y mortífera. Se podían destrozar las marismas, pero no estaba permitido publicarlo.
El sentimiento cautivo. El miedo a la palabra escrita, el pensamiento único, la censura. Un frustrante y castrador sistema del poder institucional, un enemigo disperso, escurridizo y de palabras huecas y gastadas, sin la alternativa, sin embargo, que ofrece una dictadura porque "hemos tocado el techo de las libertades".
Gutiérrez Solís esperó que el dictador desapareciera para poder denunciar la cárcel de los sentimientos aquéllos. A mi madre no se le murió nunca el enemigo y no se verá publicada su "apología de mujer atormentada" posiblemente hasta que yo mismo, su único hijo, invente alguna editorial digna de una subvención para cuando ya sea obra póstuma.
Mismamente. Asín'es y así se lo hemos contado (bueno, lo contó maría, pero yo sé que esto ocurre, ayer, hoy mismo, mañana)
Dulces sueños
Rafa