Vértigo (por María Gómez Martínez, Islamaría)
Pero es que los trenes también se mueven que no veas. En doce años que hace que tú ya no subes a un tren, no imaginas lo rápido que podrías ponerte en Madrid a bordo del AVE, si estuvieras aquí. De desmayo, si pudieras.
Pero para vértigo comprobar con cuánta facilidad es posible comunicarse con cualquier persona en cualquier parte del mundo en tiempo real (de nuevo el tiempo). La posibilidad de dar información y de obtenerla es tan vertiginosamente inmediata que a veces me sorprendo queriendo contarte cosas, como ahora, y me enchufo a este ordenador por si aparecieras detrás de la pantalla para oírme, pero hasta ahí no ha llegado la técnica, a pesar de que doce años después casi todo es realizable sin salir de casa. Podríamos, si quisieras, averiguar el origen de tu apellido, que es el mío, sin recorrer archivos ni bibliotecas.
Lo paradójico es que por ti el tiempo no ha pasado, que tú sigues teniendo la misma edad de aquella última Navidad, de aquel último pasodoble de Nochebuena, la misma voz de comparsista y de padre desconcertado y expectante. Que sólo pasó el tiempo por la forma de transmitir lo que se quiere decir, ya sea en el trabajo o en el recreo, pero que aquí sigues siendo tú. Fíjate que las guerras siguen con sus prácticas mortíferas, en el mismo tercer mundo y por las mismas razones, pero más efectivas y sangrientas y con mando a distancia. Es como si las cosas hubieran cambiado mucho casi nada.
En doce años hay más ladrillos por todas partes, mucho ladrillo por la costa, por la sierra, sin respiro, sin espacio, sin descanso, sin tregua para la reforestación, sin conciencia siquiera. Hay más coches también y menos ferrocarriles de cercanías. Todo es más urgente, ya te dije, y más caro. Sigue habiendo insolidarios, descerebrados, terroristas, maltratadores y hasta algún que otro tirano gobernando ayuntamientos. Doce años después todo es más rápido y más cómodo para quienes ya la vida era cómoda, porque las pateras siguen llegando sin fuera borda y sin capota –a veces vacías ya- y el techo de los sintecho sigue tan frío y húmedo como lo era cuando tú los dejaste. Hasta aquí tampoco llegó la ciencia implacable.
Volveremos a cantar las doce uvas doce años después, con la misma voz tuya incombustible e inolvidable, para que las voces blancas de los niños que no llegaste a conocer y que no te conocieron sepan que no todo lo que existe está detrás del google.
Este maravilloso artículo de María aparece en esta sección porque unos problemillas informáticos no le permiten colgarlo a ella directamente.
Abrazos
Rafa