Transmudaciones
LA NIÑA DE OJOS celestes y trencitas diminutas teñidas de azufre sostenía entre sus manos una muñeca que temblaba. Era una muñeca-hombre que aullaba tímidamente llanto y náuseas contenidos. Entretanto la niña -con fruición y mano férrea, pero inocente- jugaba a estrangular sus sueños, a arrancarle la lengua, las alas, a sacarle los ojos, a perforarle el tímpano, el corazón, la luz de los pulmones. No había luna. La niña creció y de una brutal dentellada castró sexo y huellas a la muñeca-hombre, y la muñeca-nido estéril -que en ese instante, ya sin sueños, se soñaba pájaro- comprendió entonces que durante toda su insignificante inexistencia no había sido otra cosa que un patético muñeco sin voz en los espejos. La niña rubia de ojos celestes ya no existía. Ahora las trencitas, desteñidas, eran nieve, y el muñeco de alas desgarradas lloró; al fin lloró bilis y sangre mientras una jauría de cuervos rabiosos picoteaba los restos helados de su semen sifilítico y virgen. La niña ya no existía, pero tenía los labios manchados y la inocencia al desnudo. Era invierno, un invierno de cabellos revueltos y silencio a borbotones. La maldad no se crea ni se destruye, tan sólo nos transforma. Era invierno; la noche, una noche tiznada de amarillos, de arena sin estirpe.
Magnífico texto, Rafa. Esta es la segunda vez que lo leo, ya lo hice ayer y preferí esperar a hoy para captar su contenido. Prosa poética, dura, descarnada como la vida.
UN ABRAZO