Brisa
El dolor y el gozo no son dos realidades contrapuestas, diferentes. Al igual que, si echamos mano de los ejemplos que nos proporcionan las ciencias físicas, el frío es la ausencia de calor, sin que haya en ningún intervalo de la escala, que los unifica en una misma entidad en lugar de separarlos, solución de continuidad, una ruptura, el gozo es la ausencia de dolor o, prefiero pensar, que, quizá, el dolor sea la ausencia de gozo.
Brisa vino, o la trajeron, a este mundo prisionera. Al nacer no fue consciente de tal circunstancia o quién sabe si determinante. O puede que sí; nunca un recién nacido, tal vez haciendo del olvido un sofisticado mecanismo de autodefensa o puede que, simplemente, por un automatismo elemental de la conciencia, llegó a contar las emociones experimentadas en el momento de su alumbramiento.
Pero, tras los primeros balbuceos, quizá por un deseo innato de libertad, ya fuere de base genotípica, ya fenotípica, Brisa sintió recorriéndole la medula, como una descarga permanente de alto voltaje, el significado del concepto y el efecto del cautiverio. Con una claridad aplastante y sin ambages, puede que por el mismo hecho de no haber conocido nunca el contraste, o esa otra parte de la escala, que podía suponer el hecho de ser libre, la ausencia de cautiverio. O viceversa.
Pronto, muy pronto, comenzó a interrogarse, perdido cualquier atisbo de esperanza y, como debe resultar evidente, sin encontrar una respuesta mínimamente satisfactoria, sobre cuál habría sido el terrible delito por el que había sido condenada a un cautiverio, que ya pensaba eterno. Brisa aún tampoco había experimentado es significado de lo finito y, consecuentemente, el significado de lo eterno adquiría en ella la categórica pesadez de lo absoluto.
Al cumplir su mayoría de edad, Brisa, gozó, o sufrió, una experiencia que no le pudo resultar más sorprendente: fue liberada, reintegrada a un exterior que nunca, tras el mismo instante de su nacimiento, le debería haber sido ajeno. Y pensó que la espera inconsciente había merecido la pena.
No obstante, no necesito mucho tiempo de sufrir barreras, restricciones y un indeseado papel que la hacía sentirse protagonista en una jungla artificializada cuyas claves era incapaz de descifrar, ya por una falta de adaptación evolutiva del genotipo, ya fenotípica, para comprender que, realmente, su condena había sido mucho más grave –o, tal vez, más leve- que una eterna privación de libertad –eterna en el más estricto sentido del término, recordemos que Brisa nació cautiva- y que con su mayoría de edad no le habían reintegrado la libertad que había perdido a pesar de no haberla nunca conocido, al menos en el terreno de lo físico, otra cosa es lo que sucede en ese ignoto laberinto denominado cerebro, sino que la habían reubicado en el corredor de la muerte sólo a la espera de que el azar decidiera tanto la fecha como el modo que habría de utilizar el verdugo en su inevitable ejecución.
Datos identificativos de Brisa
Opción primera:
Brisa:
Especie: Homo sapiens sapiens
Sexo: Femenino.
Fecha y lugar de nacimiento: 14 de marzo de 1986. Prisión Modelo de Barcelona.
Fecha y lugar de la muerte: 13 de julio de 2007. Aledaños del Mercado de Tetuán, Madrid.
Causa oficial de la muerte: Sobredosis de heroína.
Observaciones: Las investigaciones sobre las causas y circunstancias de su muerte, de haberse abierto en algún momento, debieron ser cerradas sin llegarse a descubrir al autor de los hechos instruidos.
Opción segunda:
Brisa:
Especie: Linx pardina (Lince Ibérico).
Sexo: Hembra.
Fecha y lugar de nacimiento: 28 de marzo de 2005. Centro de Cría de El Acebuche, en el Parque Nacional de Doñana.
Fecha y lugar de la muerte: 13 de julio de 2007. Carretera de Hinojos a El Rocío.
Causa oficial de la muerte: atropello accidental.
Observaciones: Las investigaciones sobre las causas y circunstancias de su muerte, de haberse abierto en algún momento, debieron ser cerradas sin llegarse a descubrir al autor de los hechos instruidos.
NOTA FINAL: Las posibles opciones identificativas de Brisa tienden al infinito -entendido éste término en el ámbito contextual de las ineficientes, perecederas y poco conocidas reacciones químicas que definen el funcionamiento del cerebro humano-, pero, al objeto de no agotar la imaginación ni las escasas esperanzas del autor, en una tarea por otra parte estéril, pero sobre todo para evitar herir en exceso la sensibilidad de los posibles lectores, aunque más que nada para no cercenarles la posibilidad de ejercitar su propia imaginación, así como su conciencia, es preferible, o al menos eso estimo, no continuar con una enumeración que no tendría sentido y dejar al libre, o puede que cautivo, arbitrio de cada cual el tratar de ir descubriéndolas.
Brisa vino, o la trajeron, a este mundo prisionera. Al nacer no fue consciente de tal circunstancia o quién sabe si determinante. O puede que sí; nunca un recién nacido, tal vez haciendo del olvido un sofisticado mecanismo de autodefensa o puede que, simplemente, por un automatismo elemental de la conciencia, llegó a contar las emociones experimentadas en el momento de su alumbramiento.
Pero, tras los primeros balbuceos, quizá por un deseo innato de libertad, ya fuere de base genotípica, ya fenotípica, Brisa sintió recorriéndole la medula, como una descarga permanente de alto voltaje, el significado del concepto y el efecto del cautiverio. Con una claridad aplastante y sin ambages, puede que por el mismo hecho de no haber conocido nunca el contraste, o esa otra parte de la escala, que podía suponer el hecho de ser libre, la ausencia de cautiverio. O viceversa.
Pronto, muy pronto, comenzó a interrogarse, perdido cualquier atisbo de esperanza y, como debe resultar evidente, sin encontrar una respuesta mínimamente satisfactoria, sobre cuál habría sido el terrible delito por el que había sido condenada a un cautiverio, que ya pensaba eterno. Brisa aún tampoco había experimentado es significado de lo finito y, consecuentemente, el significado de lo eterno adquiría en ella la categórica pesadez de lo absoluto.
Al cumplir su mayoría de edad, Brisa, gozó, o sufrió, una experiencia que no le pudo resultar más sorprendente: fue liberada, reintegrada a un exterior que nunca, tras el mismo instante de su nacimiento, le debería haber sido ajeno. Y pensó que la espera inconsciente había merecido la pena.
No obstante, no necesito mucho tiempo de sufrir barreras, restricciones y un indeseado papel que la hacía sentirse protagonista en una jungla artificializada cuyas claves era incapaz de descifrar, ya por una falta de adaptación evolutiva del genotipo, ya fenotípica, para comprender que, realmente, su condena había sido mucho más grave –o, tal vez, más leve- que una eterna privación de libertad –eterna en el más estricto sentido del término, recordemos que Brisa nació cautiva- y que con su mayoría de edad no le habían reintegrado la libertad que había perdido a pesar de no haberla nunca conocido, al menos en el terreno de lo físico, otra cosa es lo que sucede en ese ignoto laberinto denominado cerebro, sino que la habían reubicado en el corredor de la muerte sólo a la espera de que el azar decidiera tanto la fecha como el modo que habría de utilizar el verdugo en su inevitable ejecución.
Datos identificativos de Brisa
Opción primera:
Brisa:
Especie: Homo sapiens sapiens
Sexo: Femenino.
Fecha y lugar de nacimiento: 14 de marzo de 1986. Prisión Modelo de Barcelona.
Fecha y lugar de la muerte: 13 de julio de 2007. Aledaños del Mercado de Tetuán, Madrid.
Causa oficial de la muerte: Sobredosis de heroína.
Observaciones: Las investigaciones sobre las causas y circunstancias de su muerte, de haberse abierto en algún momento, debieron ser cerradas sin llegarse a descubrir al autor de los hechos instruidos.
Opción segunda:
Brisa:
Especie: Linx pardina (Lince Ibérico).
Sexo: Hembra.
Fecha y lugar de nacimiento: 28 de marzo de 2005. Centro de Cría de El Acebuche, en el Parque Nacional de Doñana.
Fecha y lugar de la muerte: 13 de julio de 2007. Carretera de Hinojos a El Rocío.
Causa oficial de la muerte: atropello accidental.
Observaciones: Las investigaciones sobre las causas y circunstancias de su muerte, de haberse abierto en algún momento, debieron ser cerradas sin llegarse a descubrir al autor de los hechos instruidos.
NOTA FINAL: Las posibles opciones identificativas de Brisa tienden al infinito -entendido éste término en el ámbito contextual de las ineficientes, perecederas y poco conocidas reacciones químicas que definen el funcionamiento del cerebro humano-, pero, al objeto de no agotar la imaginación ni las escasas esperanzas del autor, en una tarea por otra parte estéril, pero sobre todo para evitar herir en exceso la sensibilidad de los posibles lectores, aunque más que nada para no cercenarles la posibilidad de ejercitar su propia imaginación, así como su conciencia, es preferible, o al menos eso estimo, no continuar con una enumeración que no tendría sentido y dejar al libre, o puede que cautivo, arbitrio de cada cual el tratar de ir descubriéndolas.
Gustar mucho a mi, aunque es muy triste en si.