Bésame mucho
Quiero, a la sombra de un ala,
Contar este cuento en flor:
La niña de Guatemala,
La que se murió de amor.
José Martí (Versos sencillos)
Cuando Consuelo Velázquez, siendo aún una adolescente, escribió “Bésame mucho”, no podía ni imaginar que ésta sería, si no la que más, una de las canciones más cantadas, más grabadas y más traducidas a otros idiomas de todas las compuestas en español, ni que sería utilizada como banda sonora de un buen número de películas. “Bésame mucho” ha sido interpretada, entre otros muchos, por José Carreras, Los Beatles, Cesária Évora, Linda Ronstadt, Lucho Gatica, Frank Sinatra, Plácido Domingo, Tania Libertad, Los Panchos, Joí£o Gilberto, Nat "King" Cole y por aquel muchacho de Memphis que aún sigue siendo “El Rey”. Y, por supuesto, por el sin par Antonio Machín.
No obstante, el rotundo éxito alcanzado por la sencillez de la letra de este, sin duda, maravilloso bolero no debería resultar extraño ni sorprendente. Porque resume a la perfección lo que es el ser humano. No sólo de pan vive el hombre nos dice uno de los refranes más conocidos y repetidos. Y es cierto. Aunque sin “pan” muere el cuerpo, una vez satisfecha esa necesidad básica del organismo, el afecto se impone como la necesidad más importante del alma (entiéndase el concepto despojado de connotaciones de carácter teológico, así como de cualquier tipo de naturaleza o esencia eterna). El ser humano, para serlo, necesita ser emisor y receptor de afectos, pues sólo de este modo puede alcanzar el atributo intrínseco de ser social que lo define y lo dota de la fuerza necesaria para seguir caminando sobre la Tierra, tanto a modo particular, como colectivo. Afectos que se pueden resumir en el sublime acto de un beso, pero que pueden adoptar formas casi infinitas: Por una mirada, un mundo, / por una sonrisa, un cielo, / por un beso... ¡yo no sé / que te diera por un beso! que dijera Gustavo Adolfo. Miradas, sonrisas, caricias, abrazos, palabras, o silencios, como símbolo y sustancia de complicidad y empatía, de amor o cariño, en el sentido amplio de estos términos, a la postre, sinónimos.
¿Cuántas obras de la literatura universal, ya en prosa, ya en verso, han sido paridas por la Musa de los afectos, ya sea en la abundancia o en la carencia?, ¿cuántos personajes de leyenda han muerto de desamor o por defender el apego? o ¿cuantos poetas se han dejado escapar la vida por la ausencia del amado o la amada? ¿Se puede morir a causa del desafecto? Sí; aunque en los certificados oficiales de defunción, bien individual, bien colectiva, que también han muerto revoluciones e imperios, puedan figurar otros diversos motivos explicativos como causa del deceso. Muerte del alma y, en ocasiones, en cuerpo y alma.
Se cacarea continuamente que la depresión es la “patología” más extendida del presente. Pero, realmente, ¿no resultaría más lógico pensar que la enfermedad más pavorosa que nos asola es la falta de afecto, y que, más que en causas meramente psicológicas, hunde profundamente sus raíces en condicionantes de carácter social? Vivimos en un mundo donde priman la competitividad frente a la cooperación, el “divide y vencerás”, y el triunfo entendido como la derrota y el fracaso de los demás en lugar de como el progreso de todos, y, en un contexto como éste, es imprescindible la atrofia de los afectos para el fortalecimiento del sistema sobre las ruinas sociales. En un ambiente tan sumamente hostil para la esencia del ser humano, la mayoría de los individuos subsisten con sus afectos muy contados, precarios, pendientes de un hilo, y cuando ese hilo se rompe quedan completamente aislados, solos, desamparados, impotentes… Y de aquí a la depresión sólo hay un paso tan corto que no necesitamos de ningún empujón. Pero, ¿cuál es el verdadero origen de esa depresión? ¿Ese hilo que se rompe o la carencia general de afectos que nos acecha y nos viene siendo impuesta desde antiguo?
No es de extrañar que uno de los objetivos principales de la mayoría de los falsos moralistas y profetas del caos, no sólo de carácter religioso, sino también y principalmente de carácter socioeconómico (por mucho que se enmascaren tras un disfraz urdido con las supuestas palabras de dioses inventados), que pululan por este mundo, pertrechados de caja registradora y afán de poder, sea la castración de los afectos. Cuando el afecto crece, cuando la empatía se universaliza, cuando el ser humano quiere y se siente querido de forma diversa y multi-direccional, y por encima de intereses y absurdos sentimientos de culpa, crece como ser social. Y en este contexto no tienen cabida los proxenetas ávidos por hacer comercio ventajoso y ventajista a cualquier precio. Porque si todos dan y todos reciben, ¿qué razón de ser le queda a la competitividad?
Bésame mucho, como si fuera esta noche la última vez, para que amanezca mañana, que tengo miedo a perderte, para no terminar perdidos, perdiéndonos, en la soledad y en el aislamiento en los que somos una presa fácil y desvalida. Para crecer como individuos y como especie. Tienen tanto valor un beso, una mirada, una palabra de ánimo, en definitiva, la complicidad y la empatía, la cooperación, que no tienen precio. Entonces, ¿por qué llegamos a vender tan caro un abrazo? ¿Por qué tememos que en ese acto de afecto, en el que no hacemos más que ayudar y ser ayudados a crecer, nos sea robado algo? Especialmente, cuando ya hemos sido despojados de casi todo, muchos hasta del pan y el agua.
Amaos los unos a los otros, dicen que dijo alguien. A la vista está que, tras tantos siglos, no ha conseguido demasiados seguidores, ni siquiera entre los que se autoproclaman como generales de sus ejércitos. Hoy prima "hacer la guerra", y el amor, en el sentido amplio o en el estricto de la expresión, como prefieran, es considerado como una cochinada o una cursilería propia de débiles y fracasados.
Pero bueno, ¿qué voy a decirles yo que no hayan ya dicho eminentes teólogos, psicólogos, sociólogos, filósofos o poetas? ¿Qué argumentos puedo expresar que les ayuden, y me ayuden, a aventurarse-aventurarme a la inmensidad del mar, abandonando la aparente seguridad de su-mi isla desierta? Ninguno. Sin embargo, there´s nothing you can do that can´t be done… All you need is love.
Yo, por si acaso, sigo, cada mañana, esperando que alguien se acerque y me abrace sin motivo, incluso por encima y en contra de posibles motivos, y tratando de encontrar los receptores (que forma tan fea de nombrar a los seres humanos, pero el contexto tal vez lo requiera), que no estén en “stand by” u “off line”, para transmitirles mi sonrisa. O mis lágrimas. Como si fuera la última vez. Irredento, pero cada día con menos esperanzas, para qué negarlo. El enemigo es poderoso y yo, como ustedes, me encuentro dividido, por no decir roto. Besos y abrazos.
Contar este cuento en flor:
La niña de Guatemala,
La que se murió de amor.
José Martí (Versos sencillos)
Cuando Consuelo Velázquez, siendo aún una adolescente, escribió “Bésame mucho”, no podía ni imaginar que ésta sería, si no la que más, una de las canciones más cantadas, más grabadas y más traducidas a otros idiomas de todas las compuestas en español, ni que sería utilizada como banda sonora de un buen número de películas. “Bésame mucho” ha sido interpretada, entre otros muchos, por José Carreras, Los Beatles, Cesária Évora, Linda Ronstadt, Lucho Gatica, Frank Sinatra, Plácido Domingo, Tania Libertad, Los Panchos, Joí£o Gilberto, Nat "King" Cole y por aquel muchacho de Memphis que aún sigue siendo “El Rey”. Y, por supuesto, por el sin par Antonio Machín.
No obstante, el rotundo éxito alcanzado por la sencillez de la letra de este, sin duda, maravilloso bolero no debería resultar extraño ni sorprendente. Porque resume a la perfección lo que es el ser humano. No sólo de pan vive el hombre nos dice uno de los refranes más conocidos y repetidos. Y es cierto. Aunque sin “pan” muere el cuerpo, una vez satisfecha esa necesidad básica del organismo, el afecto se impone como la necesidad más importante del alma (entiéndase el concepto despojado de connotaciones de carácter teológico, así como de cualquier tipo de naturaleza o esencia eterna). El ser humano, para serlo, necesita ser emisor y receptor de afectos, pues sólo de este modo puede alcanzar el atributo intrínseco de ser social que lo define y lo dota de la fuerza necesaria para seguir caminando sobre la Tierra, tanto a modo particular, como colectivo. Afectos que se pueden resumir en el sublime acto de un beso, pero que pueden adoptar formas casi infinitas: Por una mirada, un mundo, / por una sonrisa, un cielo, / por un beso... ¡yo no sé / que te diera por un beso! que dijera Gustavo Adolfo. Miradas, sonrisas, caricias, abrazos, palabras, o silencios, como símbolo y sustancia de complicidad y empatía, de amor o cariño, en el sentido amplio de estos términos, a la postre, sinónimos.
¿Cuántas obras de la literatura universal, ya en prosa, ya en verso, han sido paridas por la Musa de los afectos, ya sea en la abundancia o en la carencia?, ¿cuántos personajes de leyenda han muerto de desamor o por defender el apego? o ¿cuantos poetas se han dejado escapar la vida por la ausencia del amado o la amada? ¿Se puede morir a causa del desafecto? Sí; aunque en los certificados oficiales de defunción, bien individual, bien colectiva, que también han muerto revoluciones e imperios, puedan figurar otros diversos motivos explicativos como causa del deceso. Muerte del alma y, en ocasiones, en cuerpo y alma.
Se cacarea continuamente que la depresión es la “patología” más extendida del presente. Pero, realmente, ¿no resultaría más lógico pensar que la enfermedad más pavorosa que nos asola es la falta de afecto, y que, más que en causas meramente psicológicas, hunde profundamente sus raíces en condicionantes de carácter social? Vivimos en un mundo donde priman la competitividad frente a la cooperación, el “divide y vencerás”, y el triunfo entendido como la derrota y el fracaso de los demás en lugar de como el progreso de todos, y, en un contexto como éste, es imprescindible la atrofia de los afectos para el fortalecimiento del sistema sobre las ruinas sociales. En un ambiente tan sumamente hostil para la esencia del ser humano, la mayoría de los individuos subsisten con sus afectos muy contados, precarios, pendientes de un hilo, y cuando ese hilo se rompe quedan completamente aislados, solos, desamparados, impotentes… Y de aquí a la depresión sólo hay un paso tan corto que no necesitamos de ningún empujón. Pero, ¿cuál es el verdadero origen de esa depresión? ¿Ese hilo que se rompe o la carencia general de afectos que nos acecha y nos viene siendo impuesta desde antiguo?
No es de extrañar que uno de los objetivos principales de la mayoría de los falsos moralistas y profetas del caos, no sólo de carácter religioso, sino también y principalmente de carácter socioeconómico (por mucho que se enmascaren tras un disfraz urdido con las supuestas palabras de dioses inventados), que pululan por este mundo, pertrechados de caja registradora y afán de poder, sea la castración de los afectos. Cuando el afecto crece, cuando la empatía se universaliza, cuando el ser humano quiere y se siente querido de forma diversa y multi-direccional, y por encima de intereses y absurdos sentimientos de culpa, crece como ser social. Y en este contexto no tienen cabida los proxenetas ávidos por hacer comercio ventajoso y ventajista a cualquier precio. Porque si todos dan y todos reciben, ¿qué razón de ser le queda a la competitividad?
Bésame mucho, como si fuera esta noche la última vez, para que amanezca mañana, que tengo miedo a perderte, para no terminar perdidos, perdiéndonos, en la soledad y en el aislamiento en los que somos una presa fácil y desvalida. Para crecer como individuos y como especie. Tienen tanto valor un beso, una mirada, una palabra de ánimo, en definitiva, la complicidad y la empatía, la cooperación, que no tienen precio. Entonces, ¿por qué llegamos a vender tan caro un abrazo? ¿Por qué tememos que en ese acto de afecto, en el que no hacemos más que ayudar y ser ayudados a crecer, nos sea robado algo? Especialmente, cuando ya hemos sido despojados de casi todo, muchos hasta del pan y el agua.
Amaos los unos a los otros, dicen que dijo alguien. A la vista está que, tras tantos siglos, no ha conseguido demasiados seguidores, ni siquiera entre los que se autoproclaman como generales de sus ejércitos. Hoy prima "hacer la guerra", y el amor, en el sentido amplio o en el estricto de la expresión, como prefieran, es considerado como una cochinada o una cursilería propia de débiles y fracasados.
Pero bueno, ¿qué voy a decirles yo que no hayan ya dicho eminentes teólogos, psicólogos, sociólogos, filósofos o poetas? ¿Qué argumentos puedo expresar que les ayuden, y me ayuden, a aventurarse-aventurarme a la inmensidad del mar, abandonando la aparente seguridad de su-mi isla desierta? Ninguno. Sin embargo, there´s nothing you can do that can´t be done… All you need is love.
Yo, por si acaso, sigo, cada mañana, esperando que alguien se acerque y me abrace sin motivo, incluso por encima y en contra de posibles motivos, y tratando de encontrar los receptores (que forma tan fea de nombrar a los seres humanos, pero el contexto tal vez lo requiera), que no estén en “stand by” u “off line”, para transmitirles mi sonrisa. O mis lágrimas. Como si fuera la última vez. Irredento, pero cada día con menos esperanzas, para qué negarlo. El enemigo es poderoso y yo, como ustedes, me encuentro dividido, por no decir roto. Besos y abrazos.
Recuerdo que en una ocasión me asaltó por la calle, micrófono en mano, una reportera y un cámara, o algo parecido, de una televisión regional o local, no lo recuerdo, y la chica, sin previo aviso, me preguntó: "¿qué le gusta más, besar o que le besen...? " Fíjate que a semejante pregunta, tal vez por lo obvio, no supe que contestar, pensé un instante "menuda gilipoyez...me gustan las dos cosas, y más aún, me gustan las dos cosas combinadas", así se lo dije, bueno, quitando la gilipoyez menuda, y la chica se quedó parada como esperando que le dijera algo mas, que disertara sobre la cuestión cuando, sin embargo, sabemos que las cosas más importantes e inmensas son las más simples y en esa diminuta explosión de dos labios sobre la piel se esconden los más profundos misterios de nuestra naturaleza humana.
"Te daría tantos besos,
tantos besos cada día,
que al final de mi vida
me sobrarían besos
y me faltarían días...
Qué mala suerte la mía
que a tantos besos diarios
salen más besos
que días..." (Javier Ruibal)
Hoy, más que nunca, vino y besos.