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Olas de la memoria. Entrega dos

Mientras escribo esto que lees, ha aparecido el del tricornio, viene a llevarse a Antonio, es de Ayamonte, le conocí cuando vino a Punta Umbría junto a sindicalistas de Río Tinto a darnos un mitin en la Casa del Pueblo. Debo dejarlo, se acercan gritando el nombre de Antonio.

Ha caído la noche, y el sol se levanta tímido entre las rejas de esta cárcel vieja, que ahora derrama sangre joven y roja en sus losetas. Sangre como la de Antonio. Anoche llegaron dos Guardias Civiles, dos de asalto y un carabinero a por él, aún no ha llegado. Se resistió a salir de la celda y fue apaleado, insultado y humillado paseándolo por las puertas de las celdas para que lo viéramos, su rostro aunque sangriento estaba incólume, sonriente, orgulloso por saber que había sido fiel a sus pensamientos, que ni los guardias civiles, ni los de asaltos, ni el carabinero habían podido arrodillarlo, ni bajarle el puño en alto, pero ya son las nueve de la mañana y aún no se sabe nada de Antonio en la cárcel.
Estoy preocupado por él, anoche, como siempre al caer la noche, se lo llevaron. Él esperaba el Consejo de Guerra, pero aún es pronto para que lo juzguen, no han pasado ni dos semanas desde que lo detuvieron; me temo que se lo han llevado de paseo, serán miserables, serán animales…

Alguien golpea con la porra los barrotes de mi celda, -¿qué haces rojo, que escondes entre la ropa?- me preguntó.
-Nada señor, no escondo nada, es que me duele el vientre y tengo escalofríos- le he contestado.

Se ha marchado murmurando “estos rojos de mierda sólo saben quejarse”

En realidad los escalofríos me los había producido la idea de que descubriera mi diario. Entonces me darían el paseo enseguida, perdería la vida por escribir, por pensar... ¡Qué triste!

Al poco tiempo de marcharse el guardia civil ha aparecido Antonio, silencioso, con la mirada perdida, su cara está blanca a no ser por el frío rojo que aparece en sus mejillas.
Su rostro, además deja ver la secuelas de la paliza que le dieron anoche mientras lo sacaban de la celda, quizá también la recibida donde halla estado.

Ya son las diez y medía, es hora de salir al patio, el calor es sofocante pero, al menos, podemos pasar las mañanas hablando con los compañeros y recibiendo alguna visita. Espero que hoy venga a verme Carmen, mi padre, mi hermano, que, al menos, venga a verme alguien.

Al salir al patio Antonio estaba hablanda con Pomarez, un buen amigo mío de Punta Umbría, Julián Pomarez, es dependiente en una pescadería.
Le saludé y nos juntamos en un abrazo, casi no lo reconocía, pero sus ojos grises y su mirada alegre lo delataban, escondido en esa larga barba revolucionaria.

-Estas más gordo- me dijo entre risas cómplices.
-Ya ves eso es de la sopa de ajos que nos dan aquí- le contesté.

Saludé a Antonio, -camarada- me dijo.
-¿Cómo estás? – le pregunté.

-Esperando la hora de ser asesinado- me contestó.
-Ayer me hicieron el Consejo de Guerra camarada. Me llevaron esposado hacía el monte Conquero. Allí los representantes de dios en la Tierra fueron cómplices de lo que estaba ocurriendo. También estaban traidores de la causa, gobernantes, militares, guardias civiles que ahora visten las estrellas como si les fueran propias. Me juzgaron por rebelión militar Mariano, Rebelión Militar cuando lo que hemos hecho ha sido defender un gobierno legítimo frente a un golpe de estado militar. Menos mal que no llegamos a ejecutar a nadie, sobre esos que salvaron la vida y que también nos denunciaron luego, caerá el peso de la conciencia y les condenara a vivir un infierno en esta vida. Pero bueno, al menos, pude ver a Maria, estuvo allí junto a mi padre. Realmente ha sobrellevado esta carga de una manera brillante. Vamos a casarnos sabes. El cura le dijo que si quería que nuestros hijos no vivieran en pecado, ni que yo muriera en pecado, debíamos casarnos. Yo no estaba por la labor, pero no puedo dejarle el estigma de no tener padre reconocido a mis hijos. Me casaré esta tarde. A las ocho en la capilla de la cárcel. Luego a las doce de la noche me llevarán de paseo hacia el cementerio de Huelva.
Pero no os preocupéis por mi. Mi suerte está ya echada. Luchad por la vuestra y en la que podáis marcharos de aquí, escaparos, es posible hacerlo. Yo lo iba a hacer la semana próxima, pero se me han adelantado.
Así que poneos en contacto con Domingo, el que trabaja en el comedor, es un obrero y un luchador de clase que os ayudará a escapar de aquí. Decidle que vais de mi parte.
Camaradas, esta noche alzaré el puño por última vez, y no me lo bajarán hasta que me den la muerte.
Dejadme que quiero estar sólo.
Salud camaradas – nos dijo con una tranquilidad que no era habitual.
Pepe
Pepe dice:
27/01/2006 15:09

Me emocioana esta hstoria, espero que siga adelante... se nota que sabe de que escribe.
Enhorabuena