La baranda
Va por ti, gadita
Agarrada a la baranda por fuera
en la parte izquierda según se sale del patio
abre su boca sobre el remate
del primer barrote.
Bebiendo del hierro
a ras del cielo marismaire
lame y saborea el metal salado
aquella boca de niña
devora y traga su historia
y todavía no lo sabe.
Ojos sin pasado al caño más antiguo
de la bahía más grande y más allá
al horizonte y huele
las algas y vuelve
al hierro y huele
la sal y nota
el tacto frío
de las almadrabas
entre los dientes bajo la saliva
se alimenta y le alimenta
el olor salado y fresco
de Santi Petri para siempre
para siempre sin saberlo aún
esta luz suavísima
en las piedras y en el agua ya en la sangre
y el hierro y la sal y la luz
de nuevo
cada vez más adentro le desmayan
esas piedras al fondo
amenazantes y unos pies
pequeños endebles no resisten
el vértigo y la voz
de su madre cuidado
que te caes que te caes.
Y otra vez con los pies en el suelo
y en el presente.
Como debe ser.
Sería poca cosa decir que tienes el arte de hacerme tirabuzones en la fibra sensible, en la soga elástica e irrompible que se anuda a mi garganta y me lleva hasta engullirme en mi "cachito" de Atlántico, allí donde me espera un charquito chiquitito para mojar mis pies e invitarte a compartir un cartucho de pescaito frito, dos o tres tanguillos viñeros y un baño de luna en la caleta. Mil gracias reina mora.