Hostal Albiazul
Tal vez la imposibilidad de alcanzar respuestas de tan alto calado, ha hecho que se me instale a mí otra que tiene pintas de quedarse a vivir por mucho tiempo. La pregunta es Por qué salgo cada lunes de casa intentando encontrarme con un ejemplar de Mundo Deportivo, si a mí el fútbol no me gusta. Es una pregunta bastante inquieta, capaz de moverse a mucha velocidad por todas las habitaciones del Hostal pensante. Es más, a veces se trae invitados, familiares o amigos, y me obliga, si no a darles respuesta, sí a atenderles al menos por cortesía. Se trae de vez en cuando a hijas suyas con forma de foto y tendría que saber yo por qué abro rápidamente la camisa de la tal revista futbolera para mirar el gol de Jesús Vázquez o el paradón de López Vallejo. No sólo esto, es que empiezan a llegar y llegar tantas preguntas, que estoy temiendo por la resistencia del edificio. Se cuelan cuestiones de ésas capaces de leerse hasta los comentarios de la jugada de Uche y entran y salen del edificio y se buscan más ingredientes para la pernocta, en forma de páginas centrales en los periódicos del día.
El asunto se me va de las alcobas, se expande por los pasillos y los trasteros, enciende la radio y busca comentaristas deportivos que entrevisten a Viqueira. Está el Hostal que no hay quien lo reconozca, con todo el salón ocupado por la palabra gol en mayúsculas, que es que no se cabe ya. Tiene hasta una pregunta en forma de bocina azul y blanca, vergonzosa de cómo suena cada vez que termina un partido que da por ganador al Recre. Una de las teclas del teléfono tiene forma de R y la melodía de entrada es una pregunta con una interrogante enorme que suena a vítores de orgullo de primera división.
Está el hostal de la cabecita pensante sorprendido e inundado de interrogantes futboleros, tanto que no hay quien lo reconozca. Como el albergue siga alojando cuestiones de filosofía choquera, se abrirán todas las puertas y, sin remilgos, se pintará albiazul la fachada, porque en realidad hay preguntas para las que no hay respuestas. Ni posibles ni necesarias.
¡Qué casualidad! Ayer tarde, cuando volvía de dar un paseo por Huelva con mi bici, y ya entrando en mi portal, pasaban a mi lado un padre y su hijo. Ese niño iba vestido de recre y la daba la tabarra al padre con el sinama pongole ese. En ese momento sentí algo de alivio: una de las pocas cosas que echo de menos en esta vida es tener hijos (sobre todo una niña), pero tras ver eso, tengo cierto consuelo; espero que mi hijo/a nazca cuando pase la fiebre futbolera.
Aún así, es comprensible, todos hemos sido niños; cuando yo no tenía ideas propias también me gustaba el fútbol y era del Real Madrid de Pirri. Ahora que sólo pienso una mijita más, no me gusta el fútbol, sino el baloncesto, y si acaso, soy del Atleti de Madrid.