En la Terminal
La sombra de las torres gemelas es alargada. Tanto, tanto que llega hasta cada uno de los aeropuertos europeos por pequeños que sean. Los fantasmas de aquellos aviones de película de ciencia ficción sobrevuelan las terminales de nuestro primer mundo, con bastante más protones invisibles que aquel maldito Enola Gay.
Somos tan solidarios en España que estamos mucho más cerca del World Trade Center que de Atocha y lo son tanto en Inglaterra que el humo de aquellos impactos neoyorkinos ahoga más sus gargantas que el humo que salió de la línea de metro de King"s Cross en Londres. Nuestros trenes (esa especie en peligro de extinción) podrían ser volados desde dentro por cualquier fanático que se prestase, porque cualquiera de nosotros podría cargar con mochilas rellenas de líquidos etílicos, analgésicos, cosméticos e incluso inflamables si fuera menester, que tendríamos vía libre (nunca mejor dicho). Pero los aviones del mundo no vendrán a morir contra el Buckinham Palace ni contra las Torres de Kio porque para eso las autoridades para la defensa norteamericana han decidido que en adelante vayamos enseñando nuestros más íntimos brebajes por doquier. En previsión del ataque con tarro.
Paseamos medio desnudos por las terminales de los aeropuertos, con todas nuestras desvergí¼enzas bajo transparentes bolsas de plástico. No quiero ni pensar tener que ir exponiendo los tampax junto a la crema antiarrugas y las aspirinas. Todo el mundo sabrá los secretos de todo el mundo; se harán estadísticas de los contenidos líquidos con más horas de vuelo y los más resistentes a las presiones de altura. Me pregunto si la silicona intracorporal está considerada material inflamable o altamente peligroso, porque hay quien piensa que algunos postizos de tal calibre son capaces de desviar aviones de gran envergadura y los hay que estallan en los primeros minutos del viaje. Si la paranoia internacional proamericana sigue su desarrollo disparatado igual tenemos que ir por las terminales con la bolsita de intimidades en una mano y en la otra con un aparato de radiografía portátil para controlar líquidos internos.
Mientras estén seguros los aeropuertos, están seguros (es un decir) los viajeros de primera clase. Vigilamos a los posibles suicidas que pasen por Barajas para defender a los viajeros del planeta, aunque el tren que lleva a los trabajadores del Pozo del Tío Raimundo hacia Madrid vuele más alto que el Boeing 747. Hasta tal punto llega la invasión del discurso estadounidense que durante la noche de Halloween (pronto será fiesta nacional en nuestro país, verán) hubo quien envió por Interflora un ramito de violetas al profundo agujero que dejaron las Gemelas. Mientras, a nuestros muertos en los trenes los espolvoreamos con ácido bórico.
Somos tan solidarios en España que estamos mucho más cerca del World Trade Center que de Atocha y lo son tanto en Inglaterra que el humo de aquellos impactos neoyorkinos ahoga más sus gargantas que el humo que salió de la línea de metro de King"s Cross en Londres. Nuestros trenes (esa especie en peligro de extinción) podrían ser volados desde dentro por cualquier fanático que se prestase, porque cualquiera de nosotros podría cargar con mochilas rellenas de líquidos etílicos, analgésicos, cosméticos e incluso inflamables si fuera menester, que tendríamos vía libre (nunca mejor dicho). Pero los aviones del mundo no vendrán a morir contra el Buckinham Palace ni contra las Torres de Kio porque para eso las autoridades para la defensa norteamericana han decidido que en adelante vayamos enseñando nuestros más íntimos brebajes por doquier. En previsión del ataque con tarro.
Paseamos medio desnudos por las terminales de los aeropuertos, con todas nuestras desvergí¼enzas bajo transparentes bolsas de plástico. No quiero ni pensar tener que ir exponiendo los tampax junto a la crema antiarrugas y las aspirinas. Todo el mundo sabrá los secretos de todo el mundo; se harán estadísticas de los contenidos líquidos con más horas de vuelo y los más resistentes a las presiones de altura. Me pregunto si la silicona intracorporal está considerada material inflamable o altamente peligroso, porque hay quien piensa que algunos postizos de tal calibre son capaces de desviar aviones de gran envergadura y los hay que estallan en los primeros minutos del viaje. Si la paranoia internacional proamericana sigue su desarrollo disparatado igual tenemos que ir por las terminales con la bolsita de intimidades en una mano y en la otra con un aparato de radiografía portátil para controlar líquidos internos.
Mientras estén seguros los aeropuertos, están seguros (es un decir) los viajeros de primera clase. Vigilamos a los posibles suicidas que pasen por Barajas para defender a los viajeros del planeta, aunque el tren que lleva a los trabajadores del Pozo del Tío Raimundo hacia Madrid vuele más alto que el Boeing 747. Hasta tal punto llega la invasión del discurso estadounidense que durante la noche de Halloween (pronto será fiesta nacional en nuestro país, verán) hubo quien envió por Interflora un ramito de violetas al profundo agujero que dejaron las Gemelas. Mientras, a nuestros muertos en los trenes los espolvoreamos con ácido bórico.
Acertado e incisivo María. El Gran Hermano gringo está acojonado y paranoico, y el progreso parece ser que pasa por lamer las heridas putrefactas de su forma decadente de vida.