Amor eterno
Yo celebraré San Valentín imaginando la historia más hermosa de las posibles acerca de la vida –y sobre todo de la muerte- de estos "Amantes de Valardo". No quiero pensar que la mujer está ahí como prenda que en sacrificio se ofreciera a su compañero muerto, ni que eran dos niños jugando al escondite. No quiero pensar siquiera que, aún amantes, fueran presas del miedo y se refugiaran el uno en la otra. Escudo uno del otro contra el fuego o la invasión de una tribu del norte de Europa. Protección la una de la otra, escondiéndose de un alud de nieve o de una estampida de búfalos prehistóricos. No, la historia que yo quiero creer sobre este desenlace tiene otras causas.
Quiero pensar que se juraron amor eterno bajo la misma luna blanca que seis mil años después testificara otros amores posiblemente mucho más controvertidos y amenazados por un presupuesto mayor de competidores. Da escalofrío saber con certeza científica que aquel satélite que iluminaba la tierra como único foco de luz, era el mismo que hace tres días fuera lugar de los hechos de un crimen pasional, con resultado de cadena perpetua para la nasa. La luna, nuestro cuerpo celeste desde hace miles de años, tan cerca y tan lejos, escenario perpetuo de amantes de todas las tendencias e intendencias.
Quiero pensar que fueron dos militantes del amor y el sexo, proscritos por su impostura, luchadores contra un sistema de dioses castigadores que obligaban a amarse sólo hasta que la muerte los separara. Condenados por un amor clandestino, por un amor contra legem; amantes que ganaron la contienda final después de perder mil batallas como milicianos furtivos.
Elijo pensar que sucumbieron al éxtasis más literalmente insoportable, cuando parece que la tierra se abre en mil pedazos y todos los volcanes de la era cuaternaria saltan en erupción a un tiempo. Quiero seguir imaginando y pensar que la muerte les sobrevino en ese instante en que hay que separarse un centímetro para tomar aire.
Bellísimo artículo María, como siempre. Estos restos arqueologicos han dado la razón, definitivamente a Quevedo:
"Alma, a quien todo un Dios prisión ha sido,
venas, que humor a tanto fuego han dado,
medulas, que han gloriosamente ardido.
Su cuerpo dejará, no su cuidado;
serán ceniza, mas tendrá sentido;
polvo serán, mas polvo enamorado"