La talla
A Cacuito siempre se le exige que dé la talla. En toda circunstancia. Regocijado en sábanas húmedas, empantanado en el laburo, en la pachanguita de fútbol, en la labranza de su descendencia. Ahora deben dar la talla los empresarios de la moda. (Oh, la moda, elevación al cubo de la futilidad humana, macronegocio gobernado por frívolos terroristas de la sanidad). Se les va a exigir que den ejemplo de salubridad y estandarización para combatir los trastornos de alimentación. La talla cuarenta y seis ya no será “especial”. Los maniquíes (bailan) jamás exhibirán un talle menor al treinta y ocho. Reivindiquemos las curvas como dunas, los pliegues de la carne rosa, el palacio de los huesos rotundos. Envejezcamos rodeados de peña comiendo a dos carrillos, moviendo el bigote, como soñaba Carpanta. La belleza nunca debe ser una película de terror.
¡Vivan las curvas!
¡Viva el potaje de berzas, el de tagarninas y el de garbanzos!
¡ Viva la cerveza y la tapita!
¡Vivan los chicharrones de chiclana, el jabugo bien cortaito y el queso manchego!
Y que viva la pringá del cocido.
Una vez oi decir a un cadista que el infierno es ese lugar donde la pringaita se come con pan bimbo, igualito que en las pasarelas.