La paga
Aseguran recientes estudios que más de la mitad de los púberes cacuinos especulan con su propia cuenta corriente. Cacuito, en sus tiempos de Naranjito, conoció la paga semanal. El rito dominical de llevarle las pantuflas al viejo, hincarse de rodillas y adelantar la manita, para recibir un billete de cien pesetas y que te estirase toda la semana. En dos días se lo fundía todo. Invertía en empachos de palmeras de huevo, flag congelados y paquetes de conguitos. Los adolescentes de hoy, angelitos, ahorran en el banco; ésa es su nueva fe. Pero el ahorro es una picá pasajera, como creer en dios, que se pasa con los años y con las hostias del destino. Al final, a dios lo tirarán a la basura del olvido, igual que al dinero, que se consumirá en ropajes fatuos y recargas de móvil. Lo preocupante es saber si preservarán sus escasas alforjas espirituales.
Cacuito ya no recuerda que con los veinte duros también se ajenciaba dos o tres "fortunitas" sueltos en el quiosco del barrio, que le daban para los dos o tres respectivos roneos con las chorbas del lugar, un par de partiditas en los billares y, si era verano, una entrada para ver una de Buce Lee en el cine Isla Chica, que era descubierto y con asientos de "jierro oxidao". Ahora, con este jodío euro no se estira la paga ni calentándola. Sin embargo yo creo que eso de que los menores anden con cuentas de ahorro tiene otra lectura, como son inembargables más de un papá y una mamá las está utilizando para sus manejos dinerarios, lo sé de buena tinta, ni te imaginas la cantidad de nóminas que hago al mes en el ayuntamiento y que domicilio en libretas infantiles. Los únicos que no pierden, como no, son los bancos.
Vino y besos.