Castigo de dios
Cacuito, tras la desinteresada visita del papamóvil, soporta días de temperatura satánica, como si un ángel del mal estuviera llorando. La flama descarga su fétida baba en los edificios impares, el asfalto colérico, los cabezos yermos, las marismas de fosfoyesos, las playas oxidadas, los bosques devastados. La atmósfera se inunda de un olor a marisco ácido. El ozono gime de miedo. En un acto urgente y primario, se desborda en las calles, a la busqueda de un bálsamo para la comala esteparia. Deambula como zombi borracho, como mosca agitada en una botella. Observa con resignación el incontinente vómito cebarse. Cacuito justifica esta canícula insobornable propalando que se trata del merecido castigo divino a su corrupción agnóstica. Por eso, cuando dice, "se trata de un calor de justicia", lo hace convencido de no perpetrar una frase hecha.
Señorito, señorito... cómo decirlo de forma breve pero no ofensiva o malsonante...
Es usted a la escritura lo que la apoplejía a un deportista de élite, es decir, no quiero con esto decir, que pare usted el arte, sino que lo degrada y deja con tal aspecto, que lo que es la escritura, después de ver sus escritos busca voluntarios para realizar su eutanasia.
Poco afectuosamente, un señor que escribe