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Sesenta segundos


El semáforo se puso en verde y la mujer cruzó la calle. Podría ser la avenida de cualquier gran ciudad. Caminaba absorta, sobre un rayo de luz -brillando- como una criatura insólita amada por el sol. Su taconeo marcaba un ritmo de golpes armónicos y rimados como los de un buen poema. Su paso vibrante cincelaba el negro asfalto con la decisión de quien conoce su destino. Sus hermosos cabellos jugueteaban saltarines con el travieso y cálido viento primaveral. Sus alegres carnaciones le habían pedido a la naturaleza sus colores y los matices al campo florido. Graciosa y lozana contoneaba su torso semidesnudo, dulce y fértil, que parecía hubiera sido tejido por un velo de suspiros. Sabía que era el centro de las miradas, que conquistaba la atención con su armonioso avance: se sentía segura de sí y de su entorno. Difuminada, al fondo, en un escaparate, su silueta desdibujada se confundía borrosa con los maniquíes y la ropa de saldo de una tienda de tejidos. De repente, en una imperfección del asfalto, uno de sus tacones carmesí se quebró, haciéndola tambalear al tiempo que intentaba aferrarse como podía -casi por instinto- a un extraño que en esos momentos cruzaba por su lado, lo que no impidió que diera con su hermosura en el negro suelo. El desconocido, de unos cincuenta años, trajeado y de aspecto fornido, ni se inmutó. Se situó de nuevo su americana y con un gesto brusco del brazo prosiguió impasible su camino, apartándola; e incluso acelerando el paso. La mujer ajada, dolida, maldecía al indiferente viandante mientras probaba, inútilmente, a afianzarse en el suelo. El roto de una de sus rodillas comenzó a tintar sus hasta ahora relucientes medias y a tomar un color morado nada apropiado.


Se sentó en el acerado. Allí, en el suelo, como un acorde disonante de una orquesta de cámara en movimiento, como un violín con el tacto roto -la mujer- acuchilló el lienzo de la realidad que, imperturbable, seguía los acordes de un tiempo muerto. Sólo logró, por un mero instante, por un corto segundo, penetrar en las vidas de unos atareados ciudadanos que cruzaban la calle ensimismados en sus cuitas y quimeras particulares.








alargaor
alargaor dice:
23/03/2007 22:44

¿No querían igualdad? Po tóma igualdá.
...Pero igual no da.(...A veces entra risa)
Bsos.

alargaor
alargaor dice:
23/03/2007 22:49

Otro (Tu quoque,Ále) que aún no le ha dado a los botones, gestionar/privacidad para liberar de autorización previa pa que sargan los comentarios de ipso facto, y no haya que esperar a sabe dios cuándo a que sargan. ¡joé.(Cagonlamá)

Rafa Leon
Rafa Leon dice:
24/03/2007 10:01

Muy bueno, Alejandro, este relato-documento pleno de cóntenidos. Da que reflexionar sobre la sólidez de nuestras vidas. Podemos pensar sin lugar a dudas que somos dueños absolutos de nuestro destino, que tenemos toda las claves para nunca vernos asaltados por los sinsabores de la vida, por el caracter agresivo del entorno ¿social? en el que estamos inmersos, pero, en un instante, se nos rompe un tacón, sólo se nos rompe un tacón, y las consecuencias que sobrevienen, como efecto mariposa huracanado, nos rompen todos los esquemas. Sí, en realidad, en muchas ocasiones, estamos más sólos de lo que podamos pensar, nos creemos arropados en la mirada de la muchedumbre, pero esas miradas están vacías de introspección. La máquina ha creado el aislante casi perfecto que nos va alienando en piezas métalicas sin ningún contacto de unos con las otras, y así funciona mejor para sus fines. Pienso, que para avanzar hacia la igualdad, la de todos en todos los múltiples escenarios en los que la desigualdad se desenvuelve, es preciso y urgente que comencemos a dirigir la mirada hacia afuera, que dejemos de mirarnos al ombligo pensando que somos el centro del mundo y en ningún caso, amigo Alargaor, utilizar la desgracia ajena, por muy cabrón que haya podido ser el desgraciado, para de algún modo intentar reconfortarnos o hacer crítica o escarnio de las reivindicaciones de otros, sean estas más o menos injustas, o nos lo parezcan a nososotros. Hay que empezar a aprender a usar la empatía, para poco a poco ir arrinconando las "guerras" sus múltiples vestiduras que pululan por doquier con arador de la sarna.

"...Y entonces, cuando estaba a punto de ahogarse en la basura amarga que le había caído encima desde su imaginario pedestal de cielo, escucho una voz amable que, mientras la tomaba del brazo para ayudarla a incorporarse, le decía:

- Se encuentra usted bien, ahí al lado, a la vuelta de la esquina tiene su taller un antiguo zapatero amigo mío. Si lo desea, puedo acompañarla y allí mismo tratamos de aliviar las heridas de su piel y de su zapato.

Ella lo miró agradecida buscándo con la mirada sus alas de ángel, pero sólo era un hombre, un hombre corriente que siempre se había resistido a ser devorado por los demonios de la muchedumbre sin mirada."

Un abrazo
Rafa

MANUEL RUBIALES REQUEJO
MANUEL RUBIALES REQUEJO dice:
24/03/2007 11:38

Genial Ale, me ha encantado. Es muy cierto eso de que, en ocasiones, sacamos los pies del plato un instante y nos convertimos, sin querer, en el protagonista del día de una docena de viandantes anónimos. Es la versión de andar por casa, comprimida, de aquel minuto de gloria que auguraba Warhol.
Salud.

ALE HUELVA
ALE HUELVA dice:
24/03/2007 13:18

Muchas gracias a Rafa y a Manuel por vuestros comentarios, y en especial a Alargaor por el empujoncillo. Sin duda, Rafa, ésa podría ser una magnifica continuación. Puesto que nos vemos sometidos y arrastrados por un vertiginoso ritmo que -habitualmente- nos hace ignorar al prójimo, olvidar que quien nos rodea son nuestros compañeros de viaje, en fin, insensibilizarnos. Hacernos menos observadores y dejar pasar tras de nosotros, esos pequeños matices que conforman la humanidad de la vida. Porque aunque disponemos de más conocimientos que hace mil años reflexionamos mucho menos. Y aunque hayamos visitado los astros más cercanos, con mayor frecuencia de la que debiera ser, nos cuesta cruzar la calle para visitar a un vecino.
Un abrazo a todos,
ALE HUELVA.

PACO HUELVA CALA
PACO HUELVA CALA dice:
24/03/2007 23:51

Bravo, monstruo spaguetino. Veo que has encontrado un rato -en tu agenda trasnochante bolognesa- para escribir.
UN BESO, HIJO

Victoria
Victoria dice:
25/03/2007 01:19

A un tronco sano le brotan ramas frondosas.
Es precioso el relato y reflexivo, como me gustan. Desentendernos de los conflictos es el peor de nuestros males.
Enhorabuena

ALE HUELVA
ALE HUELVA dice:
25/03/2007 12:49

Queridos Paco y Victoria, muchas gracias por vuestras amables palabras. Besos desde Bologna, Alejandro.

Prieto
Prieto dice:
25/03/2007 16:20

wenas alejandro, como siempre bellisima tu escritura chaval, pero bueno aun sigo con el diccionario al lado pa entender la mayoria de las palabras, tu sabes, jejeje. Bueno me alegro que te hayas aclimatado perfectamente a Italia y que te vaya todo tan bien, un abrazo de un amigo

Rafa Leon
Rafa Leon dice:
27/03/2007 00:26

La verdad es que lo he vuelto a leer más detenidamente, y, sin entrar ya en su contenido -que me pareció magnífico-, creo que el lirismo con el que has impregando tu prosa, dota a este texto un sublime espíritu poético. Así que enhorabuena de nuevo. Un abrazo.

alehuelva
alehuelva dice:
27/03/2007 00:54

Querido Rafa, viniendo de un poeta urbano y mundano, y confesándome seguidor de tus perlas poéticas lo considero un gran alago. Me lo guardo. Y ni decir tiene el placer que me produce volver a leerte.
Gracias de nuevo, un abrazo ALE HUELVA.

Arturo
Arturo dice:
02/04/2007 15:06

Bueno Alejandro!!! lástima que degustamos de tus exquisiteses de tanto en tanto, pero como bien indica tu padre, esa agenda trasnochante bolognesa te tiene saturado.........jejejeje un abrazo