Sesenta segundos
El semáforo se puso en verde y la mujer cruzó la calle. Podría ser la avenida de cualquier gran ciudad. Caminaba absorta, sobre un rayo de luz -brillando- como una criatura insólita amada por el sol. Su taconeo marcaba un ritmo de golpes armónicos y rimados como los de un buen poema. Su paso vibrante cincelaba el negro asfalto con la decisión de quien conoce su destino. Sus hermosos cabellos jugueteaban saltarines con el travieso y cálido viento primaveral. Sus alegres carnaciones le habían pedido a la naturaleza sus colores y los matices al campo florido. Graciosa y lozana contoneaba su torso semidesnudo, dulce y fértil, que parecía hubiera sido tejido por un velo de suspiros. Sabía que era el centro de las miradas, que conquistaba la atención con su armonioso avance: se sentía segura de sí y de su entorno. Difuminada, al fondo, en un escaparate, su silueta desdibujada se confundía borrosa con los maniquíes y la ropa de saldo de una tienda de tejidos. De repente, en una imperfección del asfalto, uno de sus tacones carmesí se quebró, haciéndola tambalear al tiempo que intentaba aferrarse como podía -casi por instinto- a un extraño que en esos momentos cruzaba por su lado, lo que no impidió que diera con su hermosura en el negro suelo. El desconocido, de unos cincuenta años, trajeado y de aspecto fornido, ni se inmutó. Se situó de nuevo su americana y con un gesto brusco del brazo prosiguió impasible su camino, apartándola; e incluso acelerando el paso. La mujer ajada, dolida, maldecía al indiferente viandante mientras probaba, inútilmente, a afianzarse en el suelo. El roto de una de sus rodillas comenzó a tintar sus hasta ahora relucientes medias y a tomar un color morado nada apropiado.
Se sentó en el acerado. Allí, en el suelo, como un acorde disonante de una orquesta de cámara en movimiento, como un violín con el tacto roto -la mujer- acuchilló el lienzo de la realidad que, imperturbable, seguía los acordes de un tiempo muerto. Sólo logró, por un mero instante, por un corto segundo, penetrar en las vidas de unos atareados ciudadanos que cruzaban la calle ensimismados en sus cuitas y quimeras particulares.
¿No querían igualdad? Po tóma igualdá.
...Pero igual no da.(...A veces entra risa)
Bsos.