Centro de gravedad
La indiferencia me empuja a trompicones por la casa. Todo me recuerda a ti. Tus cosas, las mías, las nuestras. Todo está tal como lo dejaste. Como un santuario. Fotos que suben y bajan como indicadores de ánimo, tu abrigo en el perchero; el pañuelo empapado de tu esencia y gastado de mis abrazos, tu agenda y notas-memorizadas hasta la locura-en tu escritorio, todo igual. Salvo tu vida, la mía y lo que tanto esfuerzo nos costó construir; esfumado, volatilizado, migajas: nada.
Todo me recuerda a ti, todo me conduce a esa senda que me supiste desvelar: a un amor correspondido, infinito, sin límites. Fragmentos de un mundo vidriado que estalló y sigue haciéndolo en mil pedazos. Sin dios ni credo, solo tu como religión. Tantas cosas que no te dije, tantas cosas que no te pude decir. Tengo la certeza de lo que es vivir en el interior de una llama. De consumirme por el fuego de metralla de un arsenal de besos y caricias reprimidas, sin objetivo. Eras luz, vida, tormento y sabroso placer. Noches enteras de tabaco, alcohol y sexo salvaje. Veneno y antídoto a las amenazas de este inhóspito mundo. Toda esencia, toda contradicción, toda tú.
Hace ya tiempo que mi vida carece de todo sentido. Desde que los médicos intentaron-sin resultados- extirpar el tumor de tu cabeza. Puede que fuese entonces, cuando algo en mi interior se desgarró irreversiblemente, y escudriñó, a través de las sombras el tiempo finito de un alma frágil.
Adicto a tu ser, necesito tu lenguaje para entender el mundo, nuestro mundo. Pues tú me abriste las puertas de un cielo de delirios místicos, posando nuestra intensa libido en las delicadas nubes de un difuminado deseo. Empalagado del sabor del olvido, te busco incesante escrutando miradas y furtivas pasiones, que únicamente prostituyen mis sentidos y no sacian mi sed.
No puedo más, no aguanto más. Ya no quiero ni puedo. He agotado todos los pozos de los que laboriosamente sacaba fuerzas. Es demasiado tarde para mí, el tren de mi esencia ha huido marchito por la senda de la melancolía. Me niego a caminar el resto de mi existencia con el cálido recuerdo de la levedad de una caricia. Ya no puedo sobrevivir, ni reinventarme. Sólo me queda una cosa por hacer. Solamente un tren por viajar. Sin equipaje salvo tu memoria, dejo esto aquí y afronto mi destino.
Magnífico relato, Ale.
Enhoranuena.